samedi 17 mars 2018

Más historias bruselenses. El salón del chocolate, el museo del ferrocarril y un restaurante típico



Queridos amigos (y amigas, claro) o, mejor, queridas amigas (y amigos). Hace ya un tiempo que no os daba la lata con alguna historieta de las cosas que pasan por aquí, por Bruselas, así es que, dado que hoy, hacen -2ºC en la calle y la nieve que ha caído esta mañana se ha helado, con el consiguiente riesgo físico para vehículos, personas, animalillos, arácnidos y otras criaturas, he decidido actualizar este blog con las tres últimas aventuras que ha vivido este, vuestro bloguero del alma. Y si no os parecen interesantes, pues oye, os aguantáis y pasáis a otra cosa.

Empezaré por el Salón del Chocolate, que tuvo lugar hace un par de semanas. La entrada costaba 10 euracos, pero luego había un montón de degustaciones con las que podíais compensar tan desmesurado desembolso.

Como sabéis, y si no lo sabéis os lo digo, el chocolate es una de las tres glorias universales de las que presumen los belgas. Las otras dos son la cerveza y los mejillones con patatas fritas. De ambas cosas ya os he hablado en otras ocasiones. Pues bien, todos los años se celebra el Salón del Chocolate para delicia de niños, adultos, ancianitos y otras buenas gentes (buenos, hay malos que también les gusta).

El salón está lleno de expositores, donde presentan sus últimas producciones:







Como se ve, la alegría reina en la exposición, no tenéis más que ver la cara de satisfacción de este expositor:



Interesante un stand donde se presentaba un vino espumoso con aroma de chocolate. No sé, no tuve el valor de probarlo. Yo creo que cada cosa es cada cosa. El champagne es el champagne y el chocolate, el chocolate. Pero bueno, ahí estaba:



Naturalmente, los artistas chocolateros se afanaban en presentar sus últimos éxitos:



Aunque, lo que atraía más la atención es ver la elaboración del chocolate en directo:


Las caras de los niños son una maravilla.

Había también espectáculos diarios, a los que servidor, que es un especialista en no llegar a tiempo, llegó al final, cuando los artistas chocolateros recibían aplausos y parabienes.



Eso sí, ¡Oh que emoción! pude ver como un artista chocolatero pedía en público la mano de una de las modelos. Qué tierno




Había también expositores de otros lados, como unos cuantos stands franceses. Como en chocolate no podían competir, presentaban el turrón de Montelimar:




Un stand de Perú:



Y uno de Colombia:




En realidad, a los peruanos, lo que más les interesaba es vender el cacao a los chocolateros belgas, aunque también vendían chocolate:



En resumen, que un servidor se puso bastante tifo a chocolate y pasó una buena tarde con todas esas cosas chocolateras. Siento que ya no podáis ir hasta el año que viene, pero ¡ojo! estad atentos si andáis por Bruselas y queréis probar algo más que los mejillones y la cerveza.

Pero lo que sí podéis hacer, es ir a ver el Museo del Ferrocarril, que ese no cierra. Y vale la pena, de verdad:





El Museo es magnífico, está en la antigua estación del ferrocarril de Schaerbeek. También tiene un restaurante en el que se puede ir los domingos a celebrar un buen brunch:


La maqueta de la estación de Schaerbeek os da la bienvenida, tras pagar la entrada, cosa muy conveniente. Aunque cuesta diez euros (parece que todos se han puesto de acuerdo), de verdad, están bien gastados:



Las entradas se compran en el antiguo vestíbulo de la estación:


Para empezar, hay una serie de maniquíes con los uniformes históricos de los ferrocarrileros belgas. El de jefe de estación allá por 1840, no podía ser más grandilocuente:



El primer tren belga, de hecho el primer tren en el continente europeo, de Bruselas a Malinas se inauguró en Mayo de 1835. Como veis, los arriesgados viajeros se exponían a un buen chaparrón belga, aparte de que en el tren no había retretes y el viaje duraba casi dos horas:




Eso era viajar, y no como ahora, que te subes al TGV y, si tienes suerte y el baño está funcionando, puedes aliviar tu organismo en las dos horillas que tarda en llegar de Bruselas a París.

En el museo están expuestas las primeras locomotoras belgas. La "Elefante", que es la que aparece en el centro de la foto es una de las tres primeras, las otras eran "la Flecha" y la "Stepehenson". Las tres se habían comprado al Reino Unido. La cuarta locomotora ya estaba fabricada en Bélgica.




El fascinado visitante puede subirse al puesto de mando de una de las locomotoras. Desde luego, no parece un trabajo fácil:


En el museo está también la última locomotora a vapor belga, la 12004, que, fabricada en 1939, tuvo el record mundial de velocidad al ir de Bruselas a Ostende en 57 minutos:


no pueden faltar vagones de lujo, como este restaurante de primera clase:

 

Y, esta vez, con lujosos retretes, no como en 1835:




En resumen, que me estoy poniendo plasta, no os perdáis la visita al Museo si os gustan los trenes. Por supuesto, también hay maquetas de trenes eléctricos y simuladores de conducción en los que podéis engolfaros. El Museo es francamente buenísimo. El catálogo cuenta que costó nada menos que veinte años ponerlo en operación.

Y bien, pues un servidor, acto seguido, y ya que andaba por Schaerbeek, se fué a cenar a un restaurante típicamente bruselés, El "Potverdommeke" (el nombre es un taco en flamenco, algo así como ¡maldición!)




Ambiente acogedor al que puedes ir tanto solo como acompañado:


La carta del Potverdommeke, dice cual es de lo que está de humor el chef ese día, lo que en nuestro caso eran "Tomates con quisquillas", "Ballekes (albóndigas) estilo Lieja" y hamburguesa con queso de Herve:



Un servidor, se empujó las albóndigas a la liègeoise, es decir, con una salsa semiduilce hecha con sirope de Lieja. Si me viera mi madre, que en Gloria esté, pensaría que me había vuelto tarumba, porque de pequeño, costaba sobrehumanos esfuerzos hacerme comer albóndigas. Pero en fin, es el derecho acambiar de opinión:



Para beber, una "Zinnebeer" de la brasserie de la Senne. Muy buena, tiene un toque a cilantro que le da mucho frescor.




Y nada más por hoy, amigos, que ya estuvo suave. Venga, besotes y abrazotes


14 commentaires:

  1. El chocolate es una de mis perdiciones. No soy nada de dulce, prefiero lo salado, pero el chocolate... Me gusta todo, pero especialmente el muy negro, sobre todo si tiene sal. Los trenes no me gustan tanto, pero seguro que Sheldon Cooper se quedaría a vivir en ese museo. Aquí nunca ha habido trenes, así que de nila me despertaban cierta fascinación. Cada vez que salía de la isla quería subir en uno. Pero ya se me pasó. Y las albóndigas... Me pasa como con las croquetas y la tortilla de patatas, siempre me vienen bien.

    Saluditos.

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    1. Cierto, el chocolate negro, muy negro, es una delicia, pero ¿qué me dices de los "pralinés" típicos belgas, blandos, melosos, que se te deshacen en la boca, como un merengue? Son un vicio horrible: no hay manera de comerse solo uno. ¿Y las trufas al champagne? bueno, no sigo.
      Vale que en Ibiza no haya tren, finalmente las distancias no son muy grandes, pero que no haya un tren que recorra la costa andaluza, por ejemplo, está muy feo.
      Las croquetas y la tortilla de patatas son dos de los mejores descubrimientos de la humanidad. Las albóndigas, bueno, ya me he acostumbrado, pero las pongo un escalón por debajo.
      Besotes

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  2. ¡Querido bloguero del alma! Creo que me llama más la atención el Salón del chocolate. Los trenes no son lo mío, el chocolate sí. Después de leer tu dulce entrada, me han entrado unas ganas tremendas de chocolatear. Me encantan tus andanzas bruselienses.
    Besotes

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    1. Pues mira, Marian, como decía Oscar Wilde, la mejor manera de tratar la tentación es ceder ante ella, así que la resistencia es inútil. Si no te puedes aguantar, chocolatea. Además dicen los médicos que el chocolate tiene Magnesio que es una especie bálsamo de fierabrás que lo cura todo.

      Besazos

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  3. Ays, con la debilidad que tengo por el chocolate... No podría ir, no... Lo que no me importaría ir es a ese Museo del Ferrocarril. Ni comerme esas albóndigas, que tienen una pinta...
    Besotes!!!

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    1. Pues, Margari, te digo lo mismo, de vez en cuando hay que ceder a la tentación y darle gusto a las papilas. Yo mismo, en este momento, tanto hablar del chocolate, no he podido resistirme y me he comido una trufa de una caja que me regalaron hace unos días, suave, suave, sabrosa, sabrosa.

      Besos

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  4. Ah, la verdad es que este salón es como el paraíso, ahhhhg. Veo que podías probarlo todo lo que se te antojaba...
    El museo, la verdad es que la estación es tan bonita que vale bien la pena entrar y seguir tu ruta, terminando en ese restaurancito tan acogedor. Y, aunque no soy muy de albóndigas, con una buena salsa me lanzaría. Qué buen plan.
    Saludos

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    1. Pues ya sabes, la próxima vez que vengáis a Bruselas, vamos al museo del ferrocarril. Lo del salón del chocolate es más complicado, porque solo hay uno al año, pero todos e puede arreglar, ir, por ejemplo a Marcolini del Sablón y luego a Neuhaus en la Galería de la Reina. No hay degustaciones gratis, pero te puedes dar unas grandes raciones de vista. Ya sé que no es lo mismo, pero menos es nada
      Saluditos

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  5. Me encantó todo lo que has contado. sobre todo la de la cara del expositor que parece no tener ganas de atraer clientes...jejeje!
    Te cuento que estamos usando Tagatesse un azúcar belga que es excelente para diabéticos, con el sabor al azúcar normal. Tengo una entrada aquí. A Argentina me llega desde Chile. Es un producto excelente!
    http://siempreseraprimavera.blogspot.com.ar/2017/10/tagatosa-un-endulzante-natural.html

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    1. Hola Norma2. No conocía la Tagatesse, lo que uso, aquí en Bélgica, es la Sucralosa, que también es un sustituto del azúcar sin sus inconvenientes : https://www.hyetsweet.com/products/high-intensity-sweeteners/sucralose-suppliers/?gclid=CjwKCAjwhcjVBRBHEiwAoDe5x8Lkbzf-y2_U2jtHCRwHXgBgUb_ikQkqFrJEn7U9hnKMJFveT7wBfxoCivIQAvD_BwE

      Y la verdad es que sabe absolutamente como el azúcar. Pero bueno, probaré la Tagatesse

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  6. El museo del tren tiene muy buena pinta, no te digo yo que no, pero... después de ver tanto chocolate no puedo pensar en otra cosa que no sea chocolate, ¡qué envidia nos das!

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    1. El caso es que, visto el entusiasmo que ha despertado el chocolate entre mis amados lectores, me he puesto a investigar el asunto: ¿hay alguien a quien no le guste el chocolate? Y parece que sí, que hay un 10% de gente a la que no le gusta el chocolate, como dice en una web dedicada al asunto: "Nine out of ten people love chocolate", lo que quiere decir eso, que a un diez por ciento no le gusta. Lo que pasa es que no conozco ni uno de ese diez por ciento. :)

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  7. Pues yo directamente sin anestesia, cuando conozco a alguien que no le gusta el chocolate o no le gustan los perros, se me cae, así sin poderlo remediar. Creo que es un raro y me pongo en alerta. Claro que si son sólo el diez por ciento, es cierto que son raros no?
    Habría disfrutado en ese lugar chocolatero, sin duda, ahora bien, si tengo que elegir, casi que me voy a la estación, porque ahí mi mente viajera y fantasiosa, me lleva por tiempos y lugares fascinantes y bueno, hubiera recorrido cada rincón imaginando en cada uno de ellos alguna historia.
    Finalmente el restaurante, genial, por las albóndigas no me entusiasmo, pero por una cerveza en ese ambiente, si.
    Un abrazo y encantada de visitarte, como siempre.

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    1. Bueno, la verdad es que yo no he conocido a nadie que no le guste el chocolate, por lo que no puedo ponerme en guardia contra tan extraño individuo (o individua, que hoy en día hay que tener mucho cuidado con lo que se escribe) aunque sí, hay chocolates y chocolates. Por ejemplo, el colombiano que compré, sabía diferente, porque estaba salado, pero con todo y eso, era bueno.
      Lo de los trenes, para qué te voy a contar. Aquellos trenes que tardaban de Santander a Bilbao cuatro horas para un trayecto de 100 Km y que, al subir una cuesta nos bajábamos e íbamos andando más deprisa que el tren. Qué sería de las novelas de espías o de crímenes, como "Asesinato en el Orient Express", sin un tren. Los AVE, TGV y tal son muy útiles, pero no tienen el mismo encanto. Todavía, cuando vivía en Luxemburgo, me iba a Paría a coger el tren en la Gare d'Orléans, montarme en una litera e ir a Madrid, tras una noche de conversación con el vecino de litera (sueño, poco).
      Las albóndigas, bueno, me he acostumbrado.
      Un beso

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