mercredi 24 juin 2009

El verano vienés



Este año, el verano me ha sorprendido en Viena. Lo de "me ha sorprendido" es un decir, porque ya contaba yo con alguna experiencia sobre los veranos de por aquí y sus específicas características. En la foto del encabezamiento os he puesto una típica imagen veraniega vienesa. Puede apreciarse claramente que es verano y no el mes de febrero porque, en primer lugar, no hay nieve. En segundo lugar, el reloj de la calle muestra claramente que son las seis y media y todavía luce (es un decir) la luz diurna. Además, las buenas gentes que cruzan la calle no llevan pesados abrigos de piel, sino una alegre y distendida ropilla veraniega.

He tomado una importante decisión en esta nueva visita a Viena: seré mucho más moderado en mis críticas al Metro de Bruselas de ahora en adelante, porque después de la experiencia del día que llegué aquí, ha quedado muy claro que en cualesquier lugar cocinan habas hirviéndolas por inmersión en el líquido elemento.

Bueno, seré objetivo: el tren del aeropuerto es excelente. Llegas con tu maletilla rodante, compras tu billete, te subes al tren y tras escasos quince minutos estás en el centro, en la estación Landstrasse-Hauptsrasse. Pues vale, te dices, ahora cojo el Metro y al hotel. Miras alrededor tuyo y, efectivamente ves un cartel que dice U3 (que es la línea que quieres coger) y una flecha. La sigues, naturalmente, y te manda a la calle. Vaya. Afortunadamente, en la calle hay otra flecha que dice U3-U4. Pues nada, las sigues, arrastrando a tu rodante compañera. Y llegas a un barracón metálico de obra provisional en cuya entrada hay una respetable cola de otros seres aparentemente humanos que también arrastran sus maletas. Es que la máquina expendedora de billetes está en la misma entrada del barracón y, además, un letrero previene que ni se te ocurra entrar si no llevas tu billete. Vale, haces la cola -afortunadamente en ese momento no llovía- y, por fin, pasas a un pasadizo de obra, cuyo suelo metálico produce un divertido ruido al contacto de las ruedas de las maletas: ¡glon, glon, glon, cataglón! luego una escalera (cargas con tus veinte kilos, porque las ruedas se niegan a bajar escalones) y ¡oh!, al fin, un andén. Pero ¡ay! es de la línea U4, que no es la tuya. Otro letrero, al final del andén: U3. Vale, lo sigues, y te encuentras ¿dónde, querido amigo? ¿dónde?: en la puta calle otra vez. Bueno, que no quiero hacerlo muy pesado: dos vueltas a la manzana siguiendo nuevas flechas, un ascensor de bajada y otro de subida y, esta vez sí, el andén de la línea U3.

Pero eso no es nada, todo queda compensado por la alegría de la noche vienesa. Por ejemplo, aquí va una foto de la calle mayor de Landstrasse la noche de San Juan:


Animado ¿eh? Bueno, mañana me vuelvo a Bruselas


4 commentaires:

  1. y mientras en otras latitudes, celebrando San Juan con una pura bacanal... estos vieneses!

    RépondreSupprimer
  2. Bueno, tambien tiene alguna ventaja. Imagina que estás en Alicante, en plenas fogueres y que después de un agotador día de reuniones de curro, te vas al hotel y empiezan a sonar petardos, cohetes y otros explosivos durante toooda la noche. Claro, que es un caso teórico, porque nadie curra en Alicante durante las fogueres.

    RépondreSupprimer
  3. Muy divertida (tus) crónica(s) y tomo nota del metro!

    RépondreSupprimer