Una docena de ostras, grandes, como debe ser. Nada de menudencias. La primera tarea, queridos lectores es abrir las ostras, porque está demostrado que comerse las ostras sin abrir produce pesadez de estómago y, desde luego, un gran problema a la hora de ir al retrete al día siguiente. Ya sé que no es grano de anís, pero insisto, hay que abrirlas (también puedes pedir en la pescadería que te las den abiertas, pero no es lo mismo, porque se escorromoncian rápidamente y hay que papeárselas en no más de un par de horas tras la apertura)
Acto seguido, mezclad en un cuenco o plato sopero un par de cucharadas de queso blanco fresco (Ojo, para los que estáis leyendo esta sin par receta desde España: no queso de Burgos, no; queso fresco tipo "quark", "maquée", etc), medio vaso de vino blanco seco (no me pongáis un Chardonnay, que la jorobáis), un chorrito de zumo de limón, cebolleta picada, un poco (muy poco) de tomillo, sal y pimienta al gusto. Mezclad bien y cubrid una a una las ostras con el mejunje. Añadid raspaduras de emmental y poned la fuente al grill (juro que no sé cómo se dice "grill" en español, y no me digáis que "la parrilla" porque eso es para asar chuletillas de lechal). Cuando estén doradas, se sacan y se comen. A ver si no para qué se ha dado uno tanto trabajo...