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Como, no sé si sabéis queridos y sufridos lectores, el 21 de Julio es la fiesta nacional de Bélgica, una fiesta en la que todos los belgas expresan su amor a la patria, hay un vistoso desfile y todas las terrazas de Bélgica se llenan de banderas, como puede verse:
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Haciendo honor a la tradición (los belgas llaman a la fiesta nacional "el diluvio nacional"), ese día caían chuzos de punta, llovían cuerdas (como dicen los franceses) o incluso perros y gatos, como se dice familiarmente en el idioma del otro lado del Canal. Pero, armándose de valor, vuestro bloguero Sorokin, decidió pasar el fin de semana en los Cantones del Este. Vamos, para qué nos vamos a engañar, me arrastraron un poco a regañadientes, pero en fin, estuvo muy interesante, así que -incorregible que es uno- os lo voy a contar. Tranquilos, que no va a durar mucho, que es tarde y no he cenado todavía.
Se llama "los Cantones del Este" a las provincias belgas que hablan alemán. Todo el mundo sabe que en Bélgica hay dos comunidades lingüísticas: la francófona y la flamenca (lo políticamente correcto es decir "neerlandófona"), pero fuera de este país, no sé si mucha gente sabe que hay una tercera comunidad lingüística: la germanófona, la Bélgica que habla alemán. Con vuestra habitual perspicacia, mis queridos amigos, ya habréis colegido que los Cantones del Este están al Este, es decir, en la frontera con Alemania. Han pasado por diferentes avatares históricos, pasando de mano en mano, como la falsa moneda. Han sido parte de Prusia, de Alemania hasta 1919, luego de Bélgica, en 1940 otra vez de Alemania, y desde 1946 otra vez Bélgica.
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Los Cantones del Este limitan al norte con Holanda (como toda Bélgica, pardiez Sorokin vaya tontunas que dices a estas horas). Vamos, lo que quiero decir es que en la zona coinciden tres fronteras, la belga, la alemana y la holandesa y por eso (otro descubrimiento, vaya día llevo) la zona se llama "de las tres fronteras".
En todo caso, Sorokin y su panda decidimos alojarnos en Aubel, capital turística de la región, ciudad todavía francófona, rodeada de espesos y umbríos bosques (y no te digo si el cielo está cubierto de espesas nubes -como era el caso- lo umbríos que son), suaves praderas y multitud de vaquitas y otros tiernos y comestibles animalillos pastando.
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Nuestros húmedos esqueletos fueron a alojarse en una granja-restaurante-hotel, que si pasáis por la región, queridos amigotes, amiguetes, amigachos y amiguitos, os recomiendo: "Aux berges de la Bel", a unos seis kilómetros de Aubel en dirección a Val Dieu (luego, luego os hablo de Val Dieu, no se me impacientéis)
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Aparte del sitio, que es de lo más agradable (aunque llueva), tiene un restaurante de no sé cuantas estrellas y cuatro (sólo cuatro) habitaciones bien confortables. El restaurante, pues eso, rico, rico, rico. Hice dos fotos que os voy a poner, que esta vez si tenía mi cámara. Una del bogavante con vieiras y verduritas que se trageló menda:
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Y la otra de un lomo de lubina con salsita de perifollo y berros que se papeó una de las comensales de la mesa:
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A los otros no les hice fotos porque eran platos de carne y no me interesaban demasiado. Es que eso de estar a cien kilómetros de la costa anima mucho a consumir productos marinos. Para vuestra información, seis comensales, dos botellas de vino, dos de agua, postres y cafelitos, 200 euracos del ala.
Bien, y vale ya de comer. Os prometí que iba a hablar de Val Dieu. En Val Dieu, hay una abadía, y, ¿a que no sabéis que se fabrica en la abadía?, venga, vamos, ánimo. ¿Una pista? es dorada, tiene espuma y va en botella... vale. Acertásteis:
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Bueno, he dicho que era dorada, pero también la hay negra. La abadía, vista desde fuera parece muy interesante, pero ¡ay!, a pesar de ser viernes y sólo las seis y media de la tarde, estaba cerrada (incluída la tienda, serán malvados):
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Lamentablemente, los montones de cajas que veis a continuación estaban vacíos:
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Ea, otra vez será. Menos mal que en el supermercado de Aubel te vendían toda la cerveza que quisieras y, según las lenguas de serpiente, más baratas que en la propia abadía.
Otra decepción fue la subida al punto donde se cruzan las tres fronteras. Cuesta encontrarlo, pero al fin se llega. Hay que seguir la indicación de "les trois bornes" (los tres mojones) por una carretera que sube entre árboles frondosos. Y, queridos contertulios, si vais, tened cuidado, porque yo me topé de manos a boca con una panda de "skaters" que bajaban a tumba abierta por la carretera. Encima, uno, al ver mi coche, se cayó en medio de la ruta, ¡serán croncos y petiforros! menos mal que yo iba despacito. Les hice una foto al llegar al alto. No sé si serán los mismos, pero esto demuestra que hacer este deporte de riesgo es una práctica habitual en la zona.
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En cuanto al punto de los tres bornes en sí mismo, estaba desierto y todos los bares y restaurantes cerrados. Claro, eran las siete de la tarde de un Viernes de Julio, todo el mundo en su casita a comer su sopa, qué demonios. Eso de andar en los bosques a esas horas sólo puede ser un asunto de gnomos o de gente del sur de Europa despistada.
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Además, lo de los tres mojones es mentira y engaño falaz: No hay más que uno, que de un lado pone "B", del otro "NL" y del tercero "D".
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Pero bueno, está bien, es interesante. Además, a partir del segundo día, dejó de llover. Buenos, amigos, me voy a cenar. Besazos a todos