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I
La leyenda sumeria cuenta que el día que desapareció la muerte del jardín del eterno amanecer, los pájaros no animaron el mundo con sus trinos, los grillos y las cigarras enmudecieron, los mirtillos salvajes no volvieron a dar fruta y los crótalos de las serpientes cascabel entonaron una brutal monodia que helaba la sangre en las venas. Había desparecido la aventura y el interés. El mundo se volvió gris y opaco para siempre. Desde ese día, tampoco se volvió a ver a la bella Ishtar, la doncella que animaba el jardín con sus canciones y sus risas, iluminando los rincones más umbríos con su alegría, sus danzas y su perfume embriagador.
Mucho se inquietaron los sacerdotes de Ur y Caldea durante los siglos que siguieron a tan terrible evento, rezando a Marduk, jefe de los dioses, intentado ofrecerle sacrificios desde lo alto de los Zigurath (con resultado nulo, porque no había manera de ejecutar ni corderos ni cabritos ni prisioneros babilonios) (1) y pidiéndole que volviera la muerte, que no abandonara a su pueblo, que el más pipiolo tenía 768 años y estaban todos un poco hartos y cansados.
II
El oráculo había anunciado a sus padres, Sin, dios de la Luna, y Nannar, la Luna, que Ishtar iba a ser una ninfómana de mucho cuidado. A ellos –que eran bastante frígidos-, les horripiló la perspectiva, así que la depositaron siendo niña en el jardín del eterno amanecer, rodeada de cisnes, de brillantes mariposas, de ciervecillos saltarines, de aves canoras y otras cursilerías que se llevaban en ese tipo de edenes. Ni sombra de varón humano, ni centauro, ni tan siquiera un elfo. Y así creció Ishtar, feliz, hasta que un día empezó a sentir sensaciones extrañas en su cuerpo y en su espíritu. Quiso contárselo a los pajarillos, pero ni caso que le hacían, seguían con sus armoniosos trinos. Habló con los ciervos, pero se limitaron a mirarla con sus ojos tristes. Gritó al cielo. Tanto gritó, que la muerte que andaba ese día por allí, escuchó sus lamentos y fue a ver qué pasaba.
Ishtar, encantada de poder hablar con alguien por fin, le preguntó: Muerte, ¿qué me pasa? Siento que necesito amor, que mi cuerpo se retuerce por las noches, que mi alma sufre… dime, muerte, ¿qué es eso del amor? La muerte, completamente impresionada por la belleza de la doncella, la miró con sus ojos vacíos y le habló del significado del amor y de la muerte como culminación (2). Ishtar, fascinada, cayó en sus brazos, se fundió con ella y en su delirio volaron juntos hacia otra dimensión.
III
Siglos después, Marduk, el jefe de todos los dioses empezó a apiadarse de sus ancianos súbditos que, además, no le dejaban dormir a gusto, todo el día dando la brasa con sus oraciones y sus sahumerios. Encima maldecían como carreteros cada vez que el cuchillo se les rompía al ir a ajusticiar un carnero o una gallina. ¡Basta ya de tanta murga! –dijo- y llamó a la muerte a voz en cuello: ¡Muerteeeeeee! ¡ya estuvo suave! ¡llevas quince siglos retozando con Ishtar sin parar! ¡os va a dar algo! ¡venga, vuelve a la tierra, que te necesitan! ¡y tú, Ishtar, también! Y visto lo bien que se te da este rollo, te nombro diosa del amor y de la fertilidad. Hale, para abajo.
Epílogo
Aquel día, murieron doscientos millones de humanos de un tirón. Para organizarlo bien, la muerte montó un diluvio universal que no dejó títere con cabeza (3) Ishtar se dedicó a lo suyo, pero siempre reconoció que nunca lo pasó con nadie como lo pasó cuando estuvo muerta (4)
Notas:
(1) Lo que representaba un engorro, porque había que alimentar cada vez a mas prisioneros y no había forma de matar gallinas ni pollos.
(2) La muerte ya sabía que, muchos siglos después, Georges Bataille iba a escribir cosas parecidas.
(3) Algunos autores aseguran que sobrevivió un tal Noé, pero este extremo está sin confirmar.
(4) De ahí viene el dicho: ¡Lo he pasado de muerte!