El piloto no nos había avisado de nada. No. A saber si se habría dormido, pero de improviso, el avión golpeó el suelo con mucha fuerza. ¡Plom! ¡Cataplom! pegó varios saltos, arriba, abajo. Mi whisky saltó por los aires con gran sentimiento por mi parte. Algunos pasajeros gritaban, un poco alarmados. Pudimos ver que se abría una grieta en el lado izquierdo del fuselaje, y al otro lado, la pista del aeropuerto (cosa que siempre es mas tranquilizadora que si desde el agujero lo que se ve es la catedral de Colonia, por un poner). Por fin, tras dar varios tumbos se detuvo. Los altavoces empezaron la retahila de "gracias por haber volado con Sabena, esperamos verles, etc, etc..." La gente estaba un poco nerviosa, corriendo hacia la grieta, pero yo, que soy un gentleman, me lo tomé con flema. Cogí mi paraguas y mi sombrero hongo y con toda la calma del mundo salí por la puerta, ni grieta ni narices. Tarareaba entre dientes "What a wonderful day" de Louis Amstrong cuando oí una explosión a mi espalda, pero, oyesss, un caballero no se vuelve a ver esas cosas, que luego se convierte en estatua de sal.
Unos metros delante de mí, caminaba una maciza que estaba sentada en la fila de al lado. Morena, ágil, con unos movimientos felinos, la tez bronceada (el cuerpo ¡ay!, el cuerpo no lo sé), los ojos casi amarillos y las pupilas casi verticales. Aceleré el paso y me puse a su altura: "Glorious day, isn't it?, the sun is shining, it's warm..."
Me miró con desprecio. Sus pupilas se hicieron más estrechas y esbozó una mueca que dejó ver dos afilados colmillos... Ya sé, ya sé, amables lectores que estáis esperando que de repente se convierta en una pantera o algo así y que salte sobre mi gañote y me descuartice... pues sus fastidiáis, os quedáis con dos palmos de narices. Que simplemente siguió andando sin mirar. Yo también seguí mi camino.
En la terminal me estaba esperando Ban Ki-Moon, que me sonrió y me dijo "¡Gimme five"!. Chocamos las palmas de las manos. Pero, acto seguido me tuve que ir al servicio, ya no podía aguantar mas. Y allí, sucedió la tragedia: el grifo se rompió; mi sombrero, mi traje se llenaron de agua, empecé a llorar...
Y eso ha sido todo, Doctor. Por favor, ¿le importaría aflojarme esta camisa que me ha puesto que no me deja mover las manos?. Me pica la nariz y tengo que rascarme. Es como si me desgarraran por dentro...
NOTA del sanatorio: El paciente Claudio Sorokin, también conocido por "el Claudillo" apareció al día siguiente de su relato, delirando y con huellas de garras en todo su cuerpo. Repetía "¡Hola, soy Edu, feliz Navidad" una y otra vez. Mandamos analizar las huellas que llenaban su cuerpo. Parecían de pantera, pero oyess, vaya una leche, salvo algunos amables lectores del blog, nadie se cree que hubiera un pantera suelta en pleno Luxemburgo.
Tom Waits. Never talk to strangers