Mis queridos y sufridos lectores. Me vais a perdonar que vuelva otra vez con una reseña o torpe comentario sobre el último libro que he leído. Es que no se me ocurre otra cosa que hacer. Podría ir a la playa, cosa que me repatea, o podría entonar simpáticas canciones para ir aniquilando el espeso aburrimiento, que en el fondo es lo natural entre los aburridos, como vuestro amado/detestado bloguero (táchese lo que no corresponda). Pero en fin, vamos a ello. Os decía que acabo de leer un libro que me ha dejado bastante perplejo.
Samanta Schweblin es una de las escritoras de última generación argentina. Nació en 1978 en Buenos Aires, y en estos momentos según cuentan las crónicas vive en Berlin (supongo que con ese nombre no tendrá problemas con el alemán, no como menda, que llevo peleando con él desde hace mas de cuarenta años, y todavía no sé muy bien donde poner los genitivos cuando son necesarios), pero en fin, ese no es el objeto de este simulacro de blog.
Samanta Schweblin
Como ya os he dicho, nació en Buenos Aires, donde abundan los hombres invisibles, como se ve en mi foto y se idolatra a Gardel, como en esta escultura del Café Tortoni.
Pero a lo que vas, Sorokin, a los cuentos de la Schweblin. Os quedaréis pasmados y ojipláticos, porque, la verdad, son sorprendentes. No responden a ningún esquema literario establecido, aunque algunos son más comprensibles que otros. No son cuentos de terror, como los de Mariana Enríquez, aunque algunos, rozan levemente la posibilidad del terror, como en "Matar a un perro"
O "la pesada maleta de Benavides", aunque algunos sean simplemente sorprendentes, como en "la mariposas", donde un grupo de padres que esperan a sus hijos al salir de la escuela, se ven rodeados de mariposas
Otro que obedecería a un esquema más clásico es "la medida de las cosas", donde un joven rico se encapricha con una juguetería y, acogido por los dueños, se dedica a reordenar los artículos, con gran éxito al principio y gran fracaso al final, hasta que aparece su madre y la da unos buenos cachetes
Y hast aquí llego hoy, mis queridos amigotes, que me tengo que ir a la piscina. Venga, besotes de vuestro Sorokin