Esta es la historia, queridos amigos, lectores, observadores imparciales y otras buenas gentes (o malas, que yo no soy nadie para criticar vuestras maldades) de un fin de semana en la costa belga y del subsiguiente rodaballo que vuestro bloguero bien amado cocinó en su casita tras la visita (toma ya pareado).
Bueno, me diréis ¿Y cual es la costa belga?. Anticipándome a esta pertinente pregunta, os he traido un mapa de Bélgica, en el cual se ve que hay una franja de Bélgica bañada por las olas del Mar del Norte, desde Knokke-Heist hasta La Panne, ya en la frontera con Francia. (no se me pongáis tiquis miquis porque al colorear el mapa de Google se me ha ido la mano y me he pasado un poco hacia Eindhoven y hacia Aachen. No son reclamaciones territoriales, es el pulso de Sorokin que está más bien temblón). Lo que cuenta para esta historia es la franja de costa.
Toda la línea costera está dentro de la región flamenca, pero, en general, los flamencos de la costa son muy amables y no tienen ningún problema en hablar francés con los visitantes, a diferencia de la gente de Amberes, pertenecientes mayormente de los que llamaba Brel "flamingants", o sea, radicales flamencos. (San Tadeo me libre de criticar a nadie. Yo soy de Albacete. Es, simplemente una constatación)
Hay un tranvía que recorre toda la costa:
Mi excursión se limitó a la zona occidental de la costa, entre Nieuwpoort y La Panne. Como podeis ver, amigos, La Panne está ya casi en Francia y muy cerquita de Dunquerque, o sea, que en 1940 estaba dentro de la bolsa que defendieron los British ante el avance alemán:
Pero, vaya, eso son historietas del pasado. Un servidor, cogió (agarró, amiguetes de América latina) un tren para ir de Bruselas a Koksijde. Dos horitas de tren, y ahí estás. Lo duro es ver que la estación de tren, es una de las más desoladas y solitarias en las que yo he estado:
Por una de esas suertes que a veces pasan, apareció como un fantasma un autobús (y digo suerte porque solo pasa uno cada hora) que nos llevó al centro de Koksijde. Un centro de lo más estándar en las ciudades de la costa. Apartamentos, tiendas, edificios modernos:
La playa, tambien de lo más estándar en la costa belga: arena, casetas y violentas mareas.:
En la ciudad, algunos detalles interesantes, como este fresco, que hace pensar en Magritte, en una pared:
En lo que llaman por aquí "la digue", que es el paseo que está bordeando la playa, lo que podéis hacer si váis por allí a la hora de la merendola-cena, o antes, qué diablos, es ir a "Le Malouin", un bar que tiene unas magníficas fuentes de mariscos que te cocinas tú mismito, con tus manitas, a la piedra, mientras te empujas una Tripel Karmeliet (o dos, como fue mi caso, que no puedo mentir, que me lo dijeron cuando era pequeño):
Además, como la costa da al puritito Oeste, puedes observar cómo el sol se oculta a nuestros pecadores ojos, mientras trasgos, mastines del infinito, dragones mágicos aparecen en el cielo:
Y nada más por el primer día. Encontramos un hotel en la calle principal que no está mal y no es excesivamente caro:
El día siguiente, el plan era ir a Nieuwpoort. Para ello, no te queda otra que subirte al tranvía de la costa en dirección Knokke, o sea, hacia el noreste, Por cinco euritos tenéis un pase para todo el día:
Nieuwpoort es el gran puerto de la zona. Puerto deportivo y de pesca:
Está en la desembocadura del río Ysère, que forma un pequeño estuario, donde abundan los pajarillos, como estos cormoranes que secan sus plumas al sol. Bueno, lo de sol ese día era una licencia poética, porque solo apareció unos cortos ratitos, pero aquí los pajarillos estos, ponen sus plumas a secar, tanto les da.
Como puerto pesquero -el más importante de Bélgica- tiene un montón de pescaderías en las que, lógico, vuestro bloguero se zambulló buscando algo interesante:
Decidí que los rodaballos (el "turbot" de la foto) eran, si no baratos, sí originarios de la zona, porque, manda narices, tenían hasta perca del Nilo, horrible bicho que me produce escalofríos solo de verlo. Pues sí, me compré un rodaballo y una almejas. Y tate, tate, folloncicos, que me lo cociné al llegar a Bruselas:
Y ¿cómo?, me diréis. Pues ahí voy.
Corté en rodajas unas escaloñas (me he enterado que se llaman así las échalottes) y las puse a pochar en mantequilla. ¿Y por qué mantequilla, oh traidor, y no aceite de oliva? Pues porque es una receta que me dió un pescatero de Honfleur hace unos años y he querido probarla:
En otra sartén, puse almejas, con un fondo de agua y un ramito de hierbas aromáticas:
Añadí un vasito de vino blanco. En mi caso, lo que tenía en la nevera, un Chardonnay de Borgoña:
Y bien, cuidado, mis cuates, no os vaciéis la botella mientras se abren las almejas, que, a lo mejor la vais a necesitar luego para acompañar el manjar.
Una vez abiertas la almejas, las vais separando. El líquido que han soltado, lo añadís a la sartén ("el" sartén dirían mis amigos mexicanos) de la escaloña y dejáis que cueza un poco.
Tras eso, se añade a nuestro paciente rodaballo, que ha estado esperando el momento sin enfadarse (los rodaballos son buena gente);
Y ¡al horno!, veinticinco minutos a 180º. En ese momento, se le añaden la almejas y se le deja un par de minutos más, que si no se resecan, las tías:
Y nada, a emplatar y comer con lo que quede del Borgoña blanco:
Vale, para despedirme, os voy a dejar con Jacques Brel:
Mon Père disait (Jacques Brel)
Donde así describe la costa belga:
...C'est le vent du
nord
Qu'a raboté la
terre
Autour des tours
Des tours de
Bruges
Et qui fait
qu'nos filles
Ont l'regard
tranquille
Des vieilles
villes
Des vieilles
villes
Qui fait qu'nos
belles
Ont le cheveu
fragile
De nos dentelles
De nos dentelles.
Mon père disait
C'est le vent du
nord
Qu'a fait
craquer la terre
Entre Zeebruges
Entre Zeebruges,
petit
C'est le vent du
Nord
Qu'a fait
craquer la terre
Entre Zeebruges
et l'Angleterre
Et Londres n'est
plus
Comme avant le
déluge
Le point de
Bruges
Narguant la mer
Londres n'est
plus
Que le faubourg
de Bruges
Perdu en mer...
Perdu en mer...
Besotes, amiguetes, que os salga bien el rodaballo