La semana pasada, queridos y asiduos lectores, a los que os supongo tan aburridos como yo, porque si no, ¡voto a bríos! ¿qué diablos hacéis aquí leyendo las tonterías que cuenta un servidor en vez de estar en el cine, en el teatro, en la playa o tomando gaseosas en el bar del barrio?, digo, que la semana pasada el Canal+ belga nos obsequió con el último capítulo de la temporada segunda de "los pilares de la tierra". Como ya me he informado (uno es que no para) que en España tambien se acaba de terminar la serie, no voy a tener vergüenza ni cortapisa ninguna en decir lo que me apetezca al respecto. Y lo digo resumiendo: me pareció un bodrio. Me gustó bastante la primera temporada. No he leido la novela de Ken Follet (ni la pienso leer, que es muy gorda y tengo muchas cosas en la lista de lecturas pendientes), pero por lo que dicen, la adaptación de la primera temporada fue bastante fiel a la novela. No me consta si fue fiel o no, no indago en la vida privada de las series ni de la gente, pero me pareció interesante a la par que bien dirigida, bien ambientada y con algunos monstruos de actores, como Donald Sutherland. Además, la alta edad media siempre me ha fascinado. Me impresiona que gentes que vivían pobremente en su mayoría, fueran capaces de sufragar esas impresionantes catedrales románicas y góticas que nos siguen dejando pasmados. Vamos, que la serie me gustó:
La segunda temporada, en cambio, me ha parecido lamentable. Tambien está basada en una novela de Ken Follet: "un mundo sin fin" y tambien la ha producido la empresa de Riddley Scott (lo siento, Riddley), pero casi casi producen risa algunas de las situaciones y, ya, el último capítulo es para cortarse las venas. En fin, no digo más. Pero animado por estas historias de catedrales, priores, duques y otra gente de esa categoría, el sábado pasado me decidí a dar una vuelta por la abadía de Grimbergen, en la periferia de Bruselas:
Fue el último fin de semana en el que no nevaba, porque después nos han caido mas copos encima que todos los paquetes de Kellogs del mundo puedan contener. La historia de la abadía es tambien bastante truculenta. En el siglo XII, el señor de Grimbergen se atrevió a desafiar al duque de Brabante (se supone que en un ratito en el que no estaba cocinando faisán a la brabanzona) y construyó una abadía en su pueblo. El duque se enfadó y la incendió, lo cual, ¡Oh amiguetes!, está feísimo. Pero en fin, así estuvieron dale que te pego hasta que los españoles ocuparon Flandes y, parece ser, que favorecieron un periodo de tranquilidad en la zona. Ni entro ni salgo, eso dice la historia. Pero ¡ay! con las revueltas del siglo XVII, los iconoclastas volvieron a destruir la abadía. En resumen, que la abadía actual data del siglo XVIII, construida entre 1720 y 1780. Es de un barroco explosivo, como se puede ver:
El púlpito, las imágenes de madera, el coro son de un barroco manierista tremendo. Mirad, oh queridos lectores, como se retuercen los santos, como si hubieran sido asaltados por un enjambre de avispas:
En cualquier caso, el conjunto, es muy interesante. Os lo recomiendo. Pero más todavía: Grimbergen, como toda abadía que se precie en Bélgica, produce una cervezota de gran calidad. El día que fuí, con todo y el frío que hacía, no puede evitar ir a comprar varias resmas de cerveza. Fue más fuerte que yo:
Si os apetece ir, ya sea en vacaciones, ya, si andáis por aquí haciendo el canelo como un servidor, lo que tenéis que hacer es, en saliendo de la abadía, tomar la calle de la derecha. Veréis (sorprendente para ser en Bélgica) unos sanitarios... ¡gratis!, pero si no sentís ninguna presión en vuestros riñones, debéis continuar. Un poco más lejos, a la izquierda, está la tienda:
Y ya, con vuestras botellas, podéis volver a casa. A menos que queráis ir al restaurante de la abadía, del cual no os puedo decir ni mú, porque no he ido nunca. Pero en fin, venga, a la aventura. Y ya me contaréis. Vale, amigotes. Y para terminar tan provechosos sábado, me hice unas ostritas rockefeller. Bueno, son rockefeller porque yo he decidido que lo son, porque lo único que he conservado de todas las recetas que he leído es lo de añadirle espinacas. Hay quien pica la ostra (horrible sacrilegio, cielos, la tratan como un vulgar mejillón) y hay quien añade besamel, pan rallado, ectétera. Yo las hice a mi aire: Cociné y machaqué espinacas (alahuí alahuí alahuaca, las espinacas se machacan)
Las rehogué con cebolla picada, mantequilla y hierbas del maquis que guardo desde que estuve en Córcega:
Abrí las ostras (lógico, sin abrir son muy pesadas para el estómago) y puse en cada una unas pocas espinacas:
Añadí queso rallado:
Las metí al grill del horno un ratito, y esto es lo que quedó:
Bueno, a lo mejor os parece una simpleza, Oh queridas gentes, pero a mi me parecieron magníficas. En fin, os voy a dejar en compañía del invierno que nos ha asaltado esta semana, como puede verse en este video:
Besotes a todos