Queridos amigos y amables lectores, voy a seguir con el rollo que empecé el otro día hablando de las ballenas de Tadoussac. Como dije, empecé al revés, contando el último acto de mi corto viaje a Québec (utilizo la ortografía francesa, porque soy un poco soplagaitas, pero se pronuncia QueBEC, con acento en la última sílaba. No me deis las gracias, uno es así). Pues bien, yendo por orden inverso, hoy os voy a contar mis aventuras en la ciudad de Québec. Como sabéis, una cosa es la región autónoma y otra la capital, pero se llaman igual. Vamos, como Albacete y su provincia, para que nos entendamos. La región de Québec, es francófona. Su historia comenzó en el siglo XVI, cuando Francisco I, rey de Francia, mandó a sus exploradores a ver si pillaba algo en América, como los ingleses y, por supuesto, los españoles que eran los amos del cotarro. Tras varias vicisitudes, los franceses crearon la llamada "nueva Francia", en continua pelea con los nativos hurones y algonquinos. No se colonizaron tierras, los franceses se dedicaron al comercio de pieles de castor y a pescar bacalao. Total, que los colonos ingleses, que eran muchos más, acabaron derrotándolos en una batalla que todavía se recuerda. Para más información, podéis pinchar aquí (en francés).
Vuestro seguro servidor y compañía llegamos desde Sherbrooke montados en nuestro dragón Fafner (le puse el nombre en homenaje a Julio Cortázar y sus "autonautas de la cosmopista") (1).
Llegamos bastante tarde y nos precipitamos al hotel, que tenía una magnífica piscina:
Pero, una vez bañados a toda velocidad, y sin escuchar los cantos de sirena que nos pedían seguir en ese agradable charco (a pesar de los gritos de los numerosos niños que ahí se remojaban), nos lanzamos a conocer el centro de la ciudad.
Fascinante ciudad. Llena de vida, de ambiente, de gente de todas procedencias, de turistas de todo pelaje:
En la ciudad de Québec, por todas partes hay espectáculos de calle, titiriteros, cantantes:
cosa que está totalmente institucionalizada y favorecida:
Para completar ese ambiente bohemio y artista, hay un montón de calles llenas de pinturas:
Y, por supuesto, un montón de galerías de arte:
El centro de la ciudad tiene dos partes bien definidas, el viejo Québec, que está en lo alto de un cerro que domina el puerto y en el cual está el Chateau Frontenac, el símbolo de la ciudad que os he puesto en el encabezamiento del blog, y el puerto, el viejo puerto. Se puede ir a pié, por supuesto, entre los dos barrios, pero lo más cómodo es subirse al funicular. Aparte, se disfruta de unas vistas extraordinarias:
Bajando en el funicular. Al fondo, el río San Lorenzo y el pueblo de Lévis, en la otra orilla
Cualquier callecita está llena de bares, de tiendas de recuerdos (eso es lo malo de la marejada turística):
Algunos bistrots en rincones del barrio son totalmente evocadores:
Y, por supuesto, como en toda zona turística del mundo entero, no podía faltar una referencia a Ibiza:
En resumen, una ciudad fascinante, la más francesa de toda América del norte. Si algo se le puede reprochar es que hay demasiados turistas, que es una especie de parque temático, pero es muy agradable, por lo menos en esta época del año. No sé cómo será cuando vengan las nieves, que vendrán.
Para terminar este post, os voy a recomendar un par de restaurantes. Uno en la ciudad alta, y otro en el puerto.
El 1640 está al lado de la plaza de armas, enfrente del Château Frontenac. Cualquiera diría que eso lo que va a dar es mala comida para turistas. Pues no. Está muy bien.
En nuestro caso, cayeron un rodaballo con salsa de papaya, excelente:
Y un tataki de atún a la oriental, con su ensaladita y sus granitos de sésamo. Recomendable:
El segundo, "Café du monde", tiene más "cachet". Está en el Vieux port: Ahí no va la barahúnda turística. Van los conocedores (oye, yo me enteré por el trip advisor, no pretendo ser un experto en Québec):
No es barato, no, pero, claro, si vas a por los pescados del día, es el riesgo que corres. Comimos un "vivaneau" sin saber lo que era, pero estaba tierno, fresco y sabroso. Luego me he enterado que un vivaneau es lo que se llama en español "pargo". Ni lo sabía yo ni lo sabía mi compañía francófona.
En cambio, un bloque de Fletan (¿os acordáis de la guerra por el fletan entre los pesqueros vascos y los canadienses allá por los años 90 del siglo pasado?)
estaba bastante fibroso. Demasiado hecho, pero el sitio vale la pena. Ojo, que si vais con alguien que tiene aspecto de ser menor, os van a poner pegas para darle una cervezota.
Pero en fin, ahí está el tema, que vuestro bloguero lo pasó mu bien, que Québec es una ciudad con un ambientazo monstruo. La próxima vez, os hablaré del resto del viaje. Vamos, si me lo aguantáis, que soy consciente de que soy bastante plasta.
Besotes, anyway
(1) Cortázar a su vez, había llamado "fafner" a su combi en homenaje al dragón del Anillo de los Nibelungos