lundi 17 novembre 2008
Ararat
Hoy me ha sentado la comida fatal. He ido a un hindú que ha agredido mi delicado estómago de forma torticera (me encanta el palabro éste y lo uso para demostrar que Felipe González no tiene la exclusiva, faltaría mas). Total que no voy a hablar de comida, porque se me soliviantan las jarrias. Voy a hablar del Ararat. Estoy terminando un librillo de un holandés, un tal Frank Westerman, que se llama así y, como sus mercedes habrán adivinado, trata del monte en cuestión y sus aventuras para intentar subir. Os lo recomiendo, ilusos lectores, es muy ameno.
Yo le tengo apego al Ararat. He estado tres veces en Armenia, y resulta imponente verlo desde Yerevan (cuando se le ve, que a veces se oculta tras espesa capa de nubes, puede que angustiado por el mar de gruas que se alza en la capital de Armenia, decidida a convertirse en un nuevo Manhattan). En fin los armenios sabrán, que no en vano -como ellos dicen- son los primeros pobladores de la tierra tras el diluvio.
Una de las veces fui en el mes de Octubre, mes de lujo, ya os diré por qué. La vuelta, via Londres, era el dia catorce, y ahí está el busilis, el catorce es el cumpleaños de este aprendiz de bloguero. Tras la cosa esa de facturar las maletas y tal, paso al control de pasaportes. En la cabina había dos guardias (femeninas, oiga, que a veces el castellano tiene esas ambigüedades), una rubicunda y corpulenta y otra pequeñita, morena y un poco narigona. Cogieron mi pasaporte, lo miraron con cara hosca, intercambiaron frases en ruso con gesto adusto entre ellas, me miraron otra vez... y yo, pues un poco asustado, a ver. Por fin, las dos, al mismo tiempo abrieron una amplísima sonrisa, y dijeron al unísono: HAPPY BIRTHDAY TO YOU!
¿Hay o no hay razón para que me guste Armenia?
A mi también me gusta Armenia, bueno en realidad me gusta el monte Ararat. Su imponente cumbre me reconforta tooooooodos los días y me trae un aire frío de misterio a este cuarto dónde cada mañana mis dedos se pegan literalmente al teclado del ordenador. Bajo el Ararat un monasterio se funde con la tierra. Ni un árbol, ni una nube. Esta visión encantadora del Khor Virap, así se llama el monasterio, se la debo a este intrépido bloguero, y a una bonita postal en mi corcho. Gracias Sorokin!
RépondreSupprimerUna humilde voluntaria a acompañarte en tu próximo viaje.
Me alegro mucho, rlh, que la sombra de "Masis", la Montaña Madre, como la llaman los Armenios, traiga ese aire mágico que me dices al teclado de tu ordenata. Yo también tengo una foto del Khor Virap, pero debo confesar la horrible verdad: en un imán en la pared de la nevera. Es mucho menos romántico, ya lo sé, pero es la única pared metálica que tengo en casa.
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