Gante, como todos sabéis, queridos y amables lectores, es
una de las ciudades flamencas que lleva más historia en su blasón. Allí nació en 1500 Carlos V, que aunque fuera
rey de España y emperador de Alemania, se consideró siempre a sí mismo como un
hijo de Flandes: Nunca se cansó de hacer visitas a su pueblo, hecho que se
celebra todos los años en Bruselas durante el Ommegang, como ya os he contado en otras ocasiones.
Cierto es, que entre las dos ciudades insignia del Flandes histórico, a mí,
debo decir que me gusta más Brujas que Gante, pero ello no es obstáculo para
que reconozca que esta última es una ciudad magnífica, llena de encanto y de
cosas interesante que ver. Sobre todo en verano cuando no llueve -como por el
momento está pasando por aquí, Laus Deo- porque cuando la invade la humedad se
vuelve hosca y mojada, qué le vamos a hacer.
La última vez que estuve en Gante, fue el verano pasado,
aprovechando otra des esas raras semanas en la que brilla el sol en Bélgica
¡Oh, queridos amigos, a veces pasa!. Me pillé un tren en la estación del norte
y, tras un recorrido sin historia, me bajé en Gante. La primera impresión, al
ver toda la zona llena de diablos con malvado aspecto, fue algo chunga. Pero
luego, la visión de unas angelicales rubias y del mismísimo Johny Walker
saliendo de una ventana, me tranquilizaron.
Desde la estación, tras un paseo no muy largo se llega, por fin, al meollo de
Gante: la plaza, donde está la catedral de San Bavón (nunca he conocido a nadie
que se llame así, pero, es cierto, el tal Bavón, forma parte del santoral).
La catedral se construyó en el siglo XVI sobre una antigua
iglesia románica, cuyos restos todavía se ven en la cripta.
Todo muy interesante. La perspectiva con el Beffroi, la
torre que se ve al fondo es una de las
más conocidas. Dice el diccionario que “beffroi” en español, significa
“campanario”. Puede ser, pero no es lo mismo. En Flandes, tenía una misión
eminentemente civil y no lo controlaba la iglesia, sino las autoridades
locales: su misión era tañer las campanas si había peligro, ataques, fuego, o
alguna otra catástrofe.
Después me he dedicado a coleccionar todos sus discos. Así que me dije: ¡Sorokin!, vamos a por ello, y me puse a la
labor: compré entradas en la FNAC para el día 13 de Julio, que es cuando
actuaba mi Diana. Como la Krall actuaba a las diez y media de la noche –hora
increíblemente nocturna en este país, donde la gente se acuesta a las once-
decidí que no convenía ir en tren, así que me subí al coche y ¡hala! A Gante. Vuestro
bloguero favorito ¡oh amigos! Se dejó liar por el folleto del festival que
auguraba enormes problemas de aparcamiento, embotellamientos, catástrofes
circulatorias y otras tontunas y dejé el coche en un aparcamiento a un
kilómetro del festival, comprobando con la consiguiente mala uva que todas las
calles estaban llenas de sitios para aparcar. Pero, en fin, pelillos al océano.
Quince minutos de paseo y llegas al sitio del festival.
La organización del festival, perfecta. El público, no se
puede decir que fueran jóvenes raperos, grunges, punks, heavies ni nada por el
estilo. Todos muy asentaditos y bien vestidos con sus Lacostes y tal (oigan,
que no es una crítica, es un intento de aproximación a una definición; que un
servidor llevaba un Lacoste rosa, eso sí comprado en Tailandia y más falso que
la Cospedal). Y todo tan limpio, el césped, impecable, las “toilettes”
brillantes y oliendo a Ajax (y… ¡gratis!). Ni una botella, ni un papel por el
suelo… nada de vasos de plástico: copas de vidrio.
Como en todos los acontecimientos en Bélgica, había de comer
y de beber (si no, la gente no iría). Y
debo decir en honor a la verdad, que todo era excelente. Las mejores patatas
fritas que he probado en años:
Y hasta “gaspacho”
La cervezota era “La Chouffe”, una de las que están de moda.
Como digo, en vasos de vidrio:
Además, mira tú por donde, había un concierto de jazz,
aunque mucha gente no parecía haberse enterado. Varios teloneros de cuyos
nombres ni me acuerdo y, al fin, a las 22h30, tras acomodarme a una distancia
bastante lejana del escenario, los músicos de Diana Krall aparecieron. Gran
emoción entre el respetable público (bueno, tal vez un servidor no fuera muy respetable, pero eso es otra historia)
Una breve espera, y ahí está. Casi a la hora anunciada, en
punto, con una sonrisa encantadora, la Krall. Si tenéis el valor, queridos
amiguetes, de ver el bodrio de video que os pongo a continuación, constataréis
que es bastante simpática, además de tocar el piano y cantar muy bien. No sé
por qué, yo tenía la falsa idea que era una tía estirada y seria. Tal vez por
las fotos en las que aparece en las carátulas de los discos.
Como estaba lejos del escenario, tuve que forzar al máximo
el zoom de mi cámara, lo que hace que la imagen esté bastante granulada, pero
se ve bastante bien (y se oye, que es lo fundamental). Otra consecuencia de forzar mi
Panasonic es que en un momento determinado dijo ¡ya está bien!, y se me bloqueó el objetivo. Ni para adelante ni para atrás. Menos mal que fue ya casi al final
de la actuación (la Diana se tiró hora y media sin parar, solo un traguito de
agua de vez en cuando).
Mi difunta Panasonic. Obsérvese mi gesto de desesperación ante el desastre
Al volver a casa comprobé que había comprado mi cámara el 30
de Junio de 2012, o sea, que por trece días estaba fuera de garantía. En fin,
como dicen en francés: “elle a rendu l’âme” (“ha entregado su alma”: se usa
para todo tipo de aparatos, utensilios, etc cuando ya se han escorromoñado
definitivamente. Panteísmo puro)
Bueno, amigos, pues dejo de daros la brasa. Un besote