Vuestro amado bloguero, queridos lectores, vivió en los años ochenta, hasta que me fui a
México, en el Barrio de Malasaña, centro espiritual de la ”movida” madrileña,
en una buhardilla al ladito de la calle del Pez. Así es que, ¡miren ustedes!,
aprovechando el último viaje a Madrid, me decidí a dar rienda suelta a ese
sentimiento tan traidor que es la nostalgia. Sentimiento capaz de inundarte los
ojuelos de lágrimas cuando menos se requiere,
ocultándote la vista de tu vaso de cerveza y haciendo que la concentración
salina de la misma se vuelva inaguantable. Pero sí, amigotes, lo hice: me fui a
revisitar mi antiguo barrio.
Mi buhardilla era mi castillo en sentido figurado, claro, porque
una vez a la vuelta de una semana de vacaciones, me encontré que el equipo
estéreo, que era mi mejor pertenencia, había volado, desaparecido, esfumándose
en el tiempo y el espacio. Como me decía una vecina: “serán sus amigos, joven, que no cuida usted sus amistades”. Vieja
bruja. Menos mal que el poli que vino a investigar fue mucho más comedido: ¿”se han bebido el güisqui, han dejado huellas
dactilares”?. Debía ser un becario en prácticas, sin duda, y probablemente
había aprendido el oficio leyendo novelas de Agatha Christie.
Pero bueno, los tiempos eran así. Al ladito de mi casa, en la
calle de La Luna, daba sus primeros pasos escénicos el Gran Wyoming,
enrollándose como un destornillador, mientras el Maestro Reverendo tocaba el
piano. Un poco más lejos, en la calle Monteleón, en “La carcelera”, había
flamenco del bueno. Vivíamos casi siempre por la noche, disparando sobre todo
lo que llevara faldas y pegándonos unos zapatazos gintónicos directos al
hígado, que no sé ni como ha llegado vuestro amado bloguero hasta aquí… (claro
que después de estas cándidas confesiones tal vez pase a ser “detestado”
bloguero). Eran tiempos de movida y gintonic.
En una ocasión, una amiga se presentó en mi casa con una pecera y dos
peces rojos –que bauticé inmediatamente
como “Zinoviev y Kamenev”-. Se suicidaron una noche saltando desde la pecera.
Tan cargado les debió parecer el ambiente.
El barrio, constaté el otro día, ya no es lo que era. En la
Plaza del Dos de Mayo, donde antes se paseaban los camellos vendiendo costo, cuando
los “fumables” eran menos inofensivos que los de Juanse, hoy hay unos columpios
para niños. ¡Oigan!, no tengo nada contra eso.. más bien, muchas cosas a favor…
pero ya no es lo que era.
Fui a ver si existía todavía “La Manuela”, uno de los
santuarios del barrio, donde había jazz en directo y recalábamos todos los
noctámbulos. Una vez que tocaba Pedro Iturralde el saxo, y sólo estábamos mi
amigo Angel y yo, el barman intentaba darle explicaciones a Iturralde: “no sé, no sé que ha pasado, pero estos dos
amigos son unos grandes aficionados, etc”, pero no nos pagó el gintonic. He
vuelto el otro día. Conserva el mismo aspecto, pero no el mismo espíritu.
Cuando le dije a la chica de la barra si seguía habiendo jazz, me miró como si
fuera un extraterrestre de los de “Mars attack” dispuesto a chamuscar la
primera paloma que apareciera por el bar.
Parece que sigue existiendo “La vía láctea”, otro de los
sitios claves del barrio. Y digo “parece” porque, a pesar de que el letrero
está ahí, estaba más cerrado que la mente de Rouco Varela.
El que no conseguí encontrar es el bar “Peor para el sol”,
templo joaquinsabiniano. Un verano fui en taxi con una amiga que llevaba un
corpiño de tirantes. De esos tirantes que se niegan a estar en su sitio y se
deslizan brazo abajo para regocijo de propios y extraños. Dijo “¡Uy! Me parece que hoy te vas a tener que
pegar con alguien”. El taxista, sabio, me aconsejó: “recuerda muchacho: una pelea ganada es salir corriendo”. Nunca lo
he olvidado. Lo practico en todas las facetas de la vida.
Tambien existe todavía el “Pepe Botella”, aunque ya no es
aquel restaurante francés de cachet, con una bella francesa a su frente. Un
amigo, para impresionarla, le dijo una noche que tenía fuera esperando un
autobús con cuarenta turistas que querían cenar, pero la dama ni se inmutó.
Tenía bastante mundo como para dejarse enrollar por un barbudo con ganas de
coña.
Pero, insisto, el barrio ha cambiado mucho. Nuevos bares,
nuevos restaurantes, nuevas gentes. Hasta “Le pain quotidien” ha abierto un
local en la calle Malasaña:
Me comió el gusanillo de la curiosidad, porque en Bruselas,
todos los “Pain quotidien” cierran a eso de las seis de la tarde y en Moscú,
una vez me echaron del que está en Kamergersky Pereulok a las ocho. Esas horas
no podrían funcionar en Madrid, claro, así que entré y pregunté a una
amabilísima moza cual era la hora del cierre. Medianoche, me dijo. Bueno. Eso
es otra cosa. Habría que ver si tienen gintonics.
Menos mal, que para convencerme que estaba en Madrid,
constaté que el Café Comercial de la Glorieta de Bilbao sigue abierto y sin
cambios aparentes (*). La novedad-que sí que la hay- es que ha establecido un
sistema de “cafés pendientes”. Tú puedes, tras pagar tu café, pagar uno más que
queda como “pendiente”. Si, ¡oh queridos lectores!, estáis sin un centavo y
morís de ansia por un café, podéis pasar por el Comercial y preguntar si hay
algún café pagado. Solidario ¿eh? A ver si la costumbre se generaliza y la
gente con pasta deja también sándwiches de sobreasada pagados, por ejemplo.
(*) NOTA de Febrero 2017: Lamentablemente, como me señala mi querida bloguera Claudia Hernández, el Café Comercial ha cerrado. Malos tiempos para la nostalgia
Pero…, ¡basta Sorokin! Cierra el grifo de la nostalgia, que
estás aburriendo a tus lectores y pringando el teclado con tus litros y litros
de lagrimones. Aunque, en fin, no me iré sin aconsejaros un magnífico
restaurante chileno que he descubierto en este viaje: “El regreso delWinnipeg”. Está en el barrio de la Guindalera. Tiene un muy buen ambiente, el
dueño es encantador y dan unas excelentes empanadas de gambas con queso y un
chupadédico pastel de jaiba. Me gustó más que el de choclo, aunque éste sea más
típico chileno. Tambien tiene cervezota chilena. Curiosamente, con toda la
etiqueta en alemán. Pero bueno, eso es una anécdota.
¡Y ya vale! Os dejo con "Peor para el sol", la canción de Sabina que dio nombre
al bar del que he hablado más arriba.
Joaquín Sabina. "Peor para el sol"
Bezotez