Mis queridos y fieles lectores (bueno, algún infiel habrá, pero eso no es asunto mío, que uno no es quien para juzgar). Heme aquí de nuevo en Bruselas tras un viaje relámpago a Bangkok. En fin, si fuera por mí, me habría quedado por allí unos cuantos dias, meses o años más, quién sabe, pero quien manda, manda. Han sido cinco días escasos, pero que me van a dar tela para contaros, no faltaría más. Mis lectores no pueden quedarse así, sin conocer las aventuras de Sorokin en el sureste asiático. Para empezar por el principio -cosa totalmente pasada de moda, pero que por una vez voy a respetar-, llegué el domingo 17, tras pasar la noche en un avión suizo en el que lo único destacable fue la bronca que organizó el pasajero de al lado porque no tenían Martini. No le extrañaba en absoluto que Swissair hubiera quebrado... ¡una línea aérea sin Martini!¡dónde se había visto tal cosa!. En fin, que aparte el gruñón, el vuelo no fue malo. Bangkok estaba cubierto de espesas nubes, pero el tiempo se aguantó... se aguantó hasta que vuestro amado bloguero se decidió a abandonar el hotel y echarse a la calle. En unos minutos, me cayó todo el monzón encima:
Claro, que el astuto Sorokin, que ya se lo maliciaba, llevaba un impermeable y un sombrero también impermeable, lógico. Y ello me lleva a daros un consejo, ¡Oh queridos amigos! si caéis en época monzónica en el sudeste asiático, usad paraguas, amiguitos, usad paraguas. A 35ºC y 100% de humedad, el impermeable, es cierto, te proteje de la lluvia exterior, pero ¡ay!, empiezas a sudar como en una sauna y te calas igual, aunque sea por dentro y por tu propio sudor. Además, la lluvia cae vertical. Por algo llevarán paraguas las buenas gentes del lugar, como se ve levemente en el vídeo.
Pero, no os precupéis, no llovió a jarros durante los cinco días que duró el viaje. No. Lucía esplendoroso sol surante las horas en las que estuvimos metidos en salas de reunión; la lluvia sólo caía después de las seis de la tarde, cuando salíamos a la calle. Otro consejo, amiguetes: llevad en una mochila, bolso, sobre los hombros, en el bolsillo, en cualquier sitio, algo de abrigo, porque el aire acondicionado convierte los locales cerrados, taxis, tren elevado, etc.. en sucursales de Groenlandia.
El primer día, en un momento que se calmó el aguacero, me di de manos a boca con un curioso puente en el cruce de dos avenidas. Como podéis ver en la foto, lleva el sonoro título de "puente Tailandia-Bélgica". Naturalmente, el tema me intrigó. He estado curioseando por Internet para ver con qué fausto motivo lleva ese nombre. Y parece que es un puente que se desmontó en Bruselas hace unos cuantos años (cuarenta o cincuenta) y que el gobierno belga regaló generosamente a Tailandia, enviándolo por piezas. Parece que cuando en Bélgica se dieron cuenta de que transportar las piezas hasta Bangkok les había costado varios miles de huevos (y varios miles de las yemas correspondientes), hubo hasta crisis ministerial. Pero ahí sigue. Con sus banderitas y todo.
En Bangkok hay unos embotellamientos monstruos, o sea que si queréis ir a algún sitio (cosa razonable, no vais a estar todo el día en el hotel), lo mejor es coger el tren elevado, pero Bangkok es muy grande y el tren no llega a todas partes. Como alternativa, podéis coger un taxi (no son caros), pero lo típico es subirse a un Tuk-Tuk. No llevan taxímetro, por supuesto, así es que conviene ajustar el precio antes de subir. Y desde luego, es mejor que no llueva. La ventaja es que no llevan aire acondicionado. La brisa tropical te acaricia la cara (a veces te la azota, porque a ratos van bien deprisa, o eso te parece) mientras te agarras como lapa a todo lo que puedes para no salir despedido:
Otro día os contaré más cosas, que hay muchas que contar. Hoy me limitaré a plantearos un problema que todavía no he resuelto. Ni yo, ni mis colegas que me acompañaban. La primera noche fuimos a un restaurante que estaba cerca del hotel, que eso del jet-lag cansa mucho. Pedí un pescado con salsa de Tamarindo y ensalada. El pescado y la salsa de Tamarindo se ven muy bien en la foto. El pescado son esos trozos fritos (buenísimos, oiga) y la salsa, lo que está en el cuenco... pero ¿dónde está la ensalada? ¿son esas hojillas verdes que están debajo del pez y del cuenco?
Para más datos, os diré, que al servir, retiraron un florerito con vistosas flores color malva:
Y trajeron otro ¿florerito? con hojas verdes:
La duda cundió por la mesa... ¿eso se come, o es otro adorno?. Servidor, arriesgado y valeroso, se percató que las hojas de la derecha eran eneldo o algo parecido y se comió un par de ellas, amén que una de las otras, irreconocibles, hojas verdes. No me gustó y ahí se quedaron sus restos sobre mi plato. Imagino a los tailandeses del restaurante muertos de risa: "el guiri se está comiendo el florero, el guiri se está comiendo el florero".
En fin, en peores nos hemos visto. Bueno, seguiré con más cositas otro día. Besazos