Dirk "colgao" de mi Kipling
Pues sí, queridos amigos, estoy convencido que nunca habéis visto un guiri más guiri que la guisa con la que yo me he paseado estas vacaciones. Al volante de un coche con matrícula belga, portando ostentosamente una gorra de visera que reza "Saint Jazz-ten-Node" en su frontal, y una mochila Kipling -seña de identidad para cualquier belga que se precie, como son las "Invicta" para los italianos- de la que cuelga Dirk (ver foto), que se llama igual que el carnicero de la Place de la Paix de Evere (el nombre ya me venía dado de origen junto con la mochila, no penséis que quiero yo mal al carnicero).
Y en esas, con tal disfraz, se me ocurre la genial idea de subir con el coche al castillo de Almuñécar (no se me ocurrió a mí, pero eso es otra historia), por una cuesta por la que sólo cabe un coche, pendiente, pendiente, el motor rugiendo, el sudor cayéndome por la gorra abajo, el terror, el recuerdo de recurrentes pesadillas en las que el coche se atasca en un sitio increíblemente estrecho, ...¡un coche de frente! que milagrosamente consigue escaquearse en un rincón inverosímil. Ouaaah, y por fin, llego arriba.. y, ...está cortado el paso. Y ahí, una mujer, sonriente, me dice: "Te tieneh que volvé patrah, prenda". Bueno, eso me recompensó de todos los sudores y miedos. Me llamó "prenda". Nunca lo olvidaré. Gracias, mujer desconocida.
Para reponer fuerzas después de tan violentas emociones, decidí que los chiringuitos de la playa son más bien para guiris y nos fuímos al centro de Almuñécar. Al azar, dimos con un bar que os recomiendo a todos, queridos amigotes, si tomáis las precauciones que acto seguido os explicaré. El bar tiene unas tapas excelentes (le doy el óscar a los calamares fritos, los mejores de Almuñécar). Está en la plaza Higuitos, y tiene unas agradables mesas bajos los árboles. Y ese es el problema. Los habitantes de los árboles, digo yo que serían pájaros -aunque a saber en estos tiempos de crisis- decidieron aliviar sus intestinos sobre mi gorra de visera. Es de agradecer que no lo hicieran sobre los calamares, claro. Por otra parte, pues oye, hemos invadido su hábitat, ¿o no?. En todo caso, el bar, excelente.
Y después, la sorpresa del año. Yo, Sorokin, que he recorrido mundos sin cuento, planetas lejanos, estrellas nacientes, como el replicante de Blade Runner, no conocía el vino de las Alpujarras. De verdad, estoy avergonzado, porque es sensacional. Lo descubrí en un supermercado de Orgiva:
Compré una botella de un tal "García de Verdevique" del 2004, mas que nada por probar, y sin gran convicción: ¡Bluasssh! cuando lo probé tuve que acomodar todo mi cuerpo, mis papilas, mi olfato, prepararme a encajar esa maravilla. De verdad, fabuloso. Y lo sorprendente es que fuera de la Alpujarra no se encuentra. Egoístas alpujarreños, que lo guardan todo para ellos. Me llevo cuatro botellas a Bruselas, el problema es que a lo mejor no soportan el viaje. Y otra cosa, ya mas famosa, de la región, el jamón de Trevélez. En el súper de la foto nos lo cortaron a nuestro gusto:
Me encantó la Alpujarra. Me la imaginaba más rural, pero claro, desde que Gerald Brennan escribiera "Al sur de Granada" han pasado muuuchos años. Pero con todo, vale la pena, colegas.
Y en esas, con tal disfraz, se me ocurre la genial idea de subir con el coche al castillo de Almuñécar (no se me ocurrió a mí, pero eso es otra historia), por una cuesta por la que sólo cabe un coche, pendiente, pendiente, el motor rugiendo, el sudor cayéndome por la gorra abajo, el terror, el recuerdo de recurrentes pesadillas en las que el coche se atasca en un sitio increíblemente estrecho, ...¡un coche de frente! que milagrosamente consigue escaquearse en un rincón inverosímil. Ouaaah, y por fin, llego arriba.. y, ...está cortado el paso. Y ahí, una mujer, sonriente, me dice: "Te tieneh que volvé patrah, prenda". Bueno, eso me recompensó de todos los sudores y miedos. Me llamó "prenda". Nunca lo olvidaré. Gracias, mujer desconocida.
Para reponer fuerzas después de tan violentas emociones, decidí que los chiringuitos de la playa son más bien para guiris y nos fuímos al centro de Almuñécar. Al azar, dimos con un bar que os recomiendo a todos, queridos amigotes, si tomáis las precauciones que acto seguido os explicaré. El bar tiene unas tapas excelentes (le doy el óscar a los calamares fritos, los mejores de Almuñécar). Está en la plaza Higuitos, y tiene unas agradables mesas bajos los árboles. Y ese es el problema. Los habitantes de los árboles, digo yo que serían pájaros -aunque a saber en estos tiempos de crisis- decidieron aliviar sus intestinos sobre mi gorra de visera. Es de agradecer que no lo hicieran sobre los calamares, claro. Por otra parte, pues oye, hemos invadido su hábitat, ¿o no?. En todo caso, el bar, excelente.
Y después, la sorpresa del año. Yo, Sorokin, que he recorrido mundos sin cuento, planetas lejanos, estrellas nacientes, como el replicante de Blade Runner, no conocía el vino de las Alpujarras. De verdad, estoy avergonzado, porque es sensacional. Lo descubrí en un supermercado de Orgiva:
Compré una botella de un tal "García de Verdevique" del 2004, mas que nada por probar, y sin gran convicción: ¡Bluasssh! cuando lo probé tuve que acomodar todo mi cuerpo, mis papilas, mi olfato, prepararme a encajar esa maravilla. De verdad, fabuloso. Y lo sorprendente es que fuera de la Alpujarra no se encuentra. Egoístas alpujarreños, que lo guardan todo para ellos. Me llevo cuatro botellas a Bruselas, el problema es que a lo mejor no soportan el viaje. Y otra cosa, ya mas famosa, de la región, el jamón de Trevélez. En el súper de la foto nos lo cortaron a nuestro gusto:
Me encantó la Alpujarra. Me la imaginaba más rural, pero claro, desde que Gerald Brennan escribiera "Al sur de Granada" han pasado muuuchos años. Pero con todo, vale la pena, colegas.