Entre tos y tos de esas que parece que te arrancan todo el plexo solar, consecuencia del catarro que me ha cogido prisionero, reflexionaba yo (a veces pasa) y me decía que tengo, queridos amigos, que honrar mi promesa y hablaros del caviar en Moscú. Eso de ser un hombre de palabra es bastante penoso, sobre todo cuando lo que te apetece es meterte en el sobre con un buen grog y, hale, a hacer seda. Pero, ahí vamos.
En primer lugar os he puesto la foto de dónde
NO hay que ir a comprar, pero vamos, ni caviar ni nada. He hecho como el rey aquel que publicó unas instrucciones para diferenciar las monedas verdaderas de las falsas: se metían todas en un baño de ácido y las verdaderas se diluían, con lo cual ya se sabía que las que quedaban eran las falsas. Bien, vale de chistes malos (es la fiebre). Pues eso, que al supermercado de la foto:
"Eliseeva", que está en la calle Tverskaya vais a eso, a hacer una foto porque es espectacular, pero de comprar nada, que está todo carísimo.
A por caviar, vais al mercado de Tulskaya. En fin, se llama "Danilovski", pero todo el mundo que conozco le llama el mercado de Tulskaya. ¿Y, por qué, diréis con cierta razón? pues porque está en la estación de Metro del mismo nombre. Os he puesto un plano del metro y marcado la estación con una flecha. En la foto de Google earth, el mercado es ese edificio singular y casi-casi redondo.
Y una vez allí, pues hale, a defenderos como podáis, porque ahí sí que no hablan inglés. El mejor puesto está en el centro del mercado y las diebushkas que lo atienden, en cuanto os vean con esa cara mezcla de pánico y de despiste que llevamos todos en parecidas circunstancias, ya saben a lo que váis. El resto, pues eso, el idioma de señas y tal siempre funciona.
Que os lo pongan en una cajita de plástico para pasar la aduana, y ni un gramo más de los doscientos gramos permitidos, que luego os pasa lo que a un colega, que lo pillaron con medio kilo (cuando estaba a precio razonable) en el aeropuerto de Sheremetievo y se tuvo que comer trescientos gramos delante del aduanero que se retorcía de risa. Y a palo seco y sin vodka.