mercredi 8 novembre 2017

Historias bruselenses. Un relato autobiogáfico y una exposición de Robert Doisneau



Tranquilos, amigos y amigas, no os voy a hablar de grupos de alcaldes que llegan con sus varas de mando para manifestarse a favor de alguna región de Europa, ni de otras gentes que han elegido Bruselas para escapar a algo, como en su día hicieron Beaudelaire y Victor Hugo. No. Mi relato es intemporal y totalmente autobiográfico.





El 29

Un día típico de otoño en Bruselas. El sol asomaba tímidamente por un agujero que dejaban las nubes grises cargadas de lluvia. Sorokin bajaba por la Avenida Jacques Brel hacia la parada del autobús, tarareando  “Because you are mine, I walk the line”, una canción de Johny Cash que, entre sueños, no había podido quitarse de la cabeza en toda la noche. Quería ir al centro, a la plaza de Brouckère y para eso, tenía dos opciones, o coger el metro en Roodebeek, o subirse al 29, cuya parada está al lado de la entrada del metro. Si en el 29 había asientos libres, lo prefería. Siempre es más agradable ver el paisaje urbano, por feo que sea, que las paredes negras de los túneles. Se subió al autobús, que venía medio vacío y se sentó al fondo, al lado de una ventana. Se puso a pensar en un cuento que estaba pensando escribir. Lo primero era encontrar un tema interesante, luego ya vería como lo desarrollaba.

Sintió el tirón del autobús cuando arrancó y  siguió por Paul Hymans hasta que torció a la derecha por la calle Vervloessem. Después hay una rotonda a la izquierda y una parada en la que se subieron dos mujeres con carritos de la compra, una con un pañuelo en la cabeza, la otra, con rasgos orientales. Las miró sin verlas mientras seguía pergeñando su cuento.

El 29 seguía, mientras tanto, por su ruta habitual. En cada parada se subían y se bajaban algunas personas, generalmente inmigrantes, jubilados y amas de casa. El autobús siguió por la avenida de Mayo y la avenida de los Cerezos, hasta llegar al cruce donde había estado el viaducto Reyers. Allí empezó de nuevo a llover y el cielo se volvió de un color “mina de lápiz”. Sorokin miró por la ventana mientras pensaba que un trayecto en autobús podía ser un tema para su cuento, toda esa gente viajando junta, sin ninguna relación entre ellos.

De repente, tuvo un sobresalto: la vio subir por la puerta delantera en la parada de la Avenida Plasky. Estaba seguro que era ella, aunque con la capucha del impermeable era difícil verle la cara, pero su figura era inconfundible. Su corazón se puso a galopar, desbocado. Pensó en levantarse de su asiento, ir hasta donde ella estaba de pié, cerca de la puerta. Le temblaron las piernas. Dudó, ¿se acordaría todavía de todo lo que había pasado? Esa duda hizo que casi la perdiera, porque vio que se disponía a bajar en la plaza Dally.  Pero entonces, Sorokin se puso en tensión, sin reflexionar y cuando ella bajó por la puerta de delante, él se lanzó fuera del autobús, como un resorte por la puerta trasera. Se hizo daño al caer, y mientras se acariciaba la rodilla, la vio alejarse, caminando deprisa por la avenida Dally, hacia la calle Joseph Coosemans.

El cielo estaba cada vez más negro con la lluvia que estaba cayendo. No se veía apenas,  pero intentó seguirla. La vio torcer por Joseph Coosemans y fue detrás, cojeando. Un coche le salpicó al pasar. Cuando torció a la derecha, ella había desparecido. Miró a todos lados, desesperado. Dio unos cuantos pasos, y allí estaba, resguardándose en un portal. Sus ojos denotaban sorpresa y miedo. Él dijo -¡EWA! ¡Soy yo!, pero detrás de ella salió una mole, un tío que debía medir casi dos metros: - ¡Tú dejar Ewa tranquila! Y sin mediar más palabras le dio un golpe en la cara. Se tambaleó y casi pierde el equilibrio, pero lleno de una rabia furiosa se lanzó sobre el gigante que le propinó otro golpe. Ella se interpuso: -déjalo, Boris, déjalo, por favor, ya está bien, acercando su cara a la de Sorokin. Lo invadió una felicidad y un bienestar indecibles al tener a su lado aquella cara y aquel olor que tantos recuerdos le traía.

Pero en ese momento, alguien más le sacudió agarrándolo por los hombros:
- ¡Despierte, despierte, Monsieur, fin de trayecto! Tiene que bajar del autobús, esto es plaza de Brouckère, ¡no puede dormir aquí!. Miró sin comprender al conductor del autobús que le estaba zarandeando: Se había quedado dormido.


........................................................................................................................................................


Bueno, pues eso era el relato, como habréis podido comprender. Si no os ha gustado, no me queda sino decir ¡Qué le vamos a hacer, gurriato! ¡tus aventuras no le interesan a tus amados lectores!, aunque sean oníricas.

Bueno, pues para compensar y hacer perdonar mi osadía, os voy a hablar de una exposición que merece la pena ver si estáis por Bruselas: La exposición de Robert Doisneau en el Museo de Ixelles. Como ya os he dicho diez mil veces, Bruselas es una aglomeración de comunas. Ixelles es una de las más céntricas, así que os será fácil llegar.

Robert Doisneau, como todos sabéis, que sois gente leída y escribida, es (o más bien, era, que ya está muerto, el pobre) un fotógrafo francés famoso por sus obras en blanco y negro entre los años veinte y cincuenta del pasado siglo. La exposición dura hasta febrero de 2018, o sea que tenéis tiempo de ir:





El Museo de Ixelles, aunque desde fuera no tenga un aspecto muy impresionante, tiene unas salas amplias y modernas, donde caben cientos de obras. En la exposición de Doisneau, es imprescindible hacer todos los pisos, el bajo y la galería, porque, aparte que también hay montones de fotos en ella, desde lo alto se ven unos, digamos puzzles, hechos con bloques de madera que muestran fotos al componerlos:



Pero en fin, arriba o abajo, la exposición es muy extensa, hay cientos de fotos:


 Como ya sabéis, en los Museos de Bruselas no prohiben fotografiar, así que, naturalmente, un servidor se puso tifo a hacer fotos. Tranquilos, que no os las voy a poner todas. Voy a seleccionar algunas de las que más me gustaron. Por ejemplo, ésta:



La foto se llama "repestuosos saludos (hommages respectueux) en el Concert Mayol". El tal Concert Mayol, era un cabaret parisino ya desaparecido. No me digáis que no es un poema la cara del buen señor mirando a la artista. Doisneau es un maestro captando lo que se ve y lo que no se ve.

Esta otra tampoco tiene desperdicio. Se llama "Le petit balcon". Es otro local parisino (este todavía existe) donde hay actuaciones, músicos, grupos, etc. La foto es de los años treinta. Esta vez, la que es totalmente descriptiva es la expresión de la cara de la buena señora que mira a la joven, posiblemente una artista que está descansando en ese momento:





Pero la más famosa de todas, una foto que ha dado varias veces la vuelta al mundo, es "el beso  del Ayuntamiento", vamos es mejor decirlo en francés "le baiser de l'Hôtel de Ville", poprque lo de besarse en el ayuntamiento, en español, puede dar lugar a equívocos (sí, sí, no os riais)







Otro beso, menos conocido, el beso que vuela. No se sabe a quién manda un beso la bella rubia que está bailando con un petimetre al que no le hace maldito el caso:





Pero Doisneau, además de fotografiar los momentos chuscos, divertidos o raros de la vida parisina, también se dedicó a fotografiar artistas, como esta foto de Picasso, donde en el lugar donde deberían aparecer sus manos, aparecen unos panes monstruosos, que hacen pensar en aquella frase de un gitano al guitarrista Andrés Segovia: "Maestro, tiene usté unos dedos que parecen pollas". Bueno, no digo más.



Interesante, también es la composición que hizo el fotógrafo, de un edificio de apartamentos, colocando una foto en cada hogar, para dar una impresión total:



Supongo que a todos mis amigotes españoles de una cierta edad, este edificio les recordará el celebérrimo "13 rue del percebe" del dibujante F. Ibáñez, un auténtico genio de la historieta:



Lo que un servidor no sabía, pero ya he aprendido yendo a preguntar a Internet, es que este sistema ya ha sido usado por otros dibujantes y pintores. Podéis pinchar aquí si os apetece.

Y para terminar, amigos y amigas o amigas y amigos, como queráis, una foto de la Rolleiflex con la cual trabajaba Doisneau:



Bien, os voy a mandar un fuerte besote. Otro día os contaré más aventuras bruselenses, incluyendo una visita a la exposición de Magritte. Hoy no, que ya tenéis bastante información.

Me voy a hacer unos epárragos para cenar, que ya es hora