samedi 14 mai 2016

Por las rutas de Provenza y Borgoña. Capítulo 1: El valle del Ródano


Os había abandonado, queridos amigos, en Barbastro y os había prometido que iba a continuar dándoos la turrada -como dicen en Bilbao- contándoos el resto de la procelosa aventura de vuestro amado bloguero Sorokin hasta llegar, Laus Deo, a Bruselas al volante de su coche (que es el mío, es que lo compartimos, somos así de amigachos).

Pues bien, la etapa siguiente fue una etapa sin historia, salvo una tormenta de campeonato que nos cayó a la altura de Perpiñán. Parecía que el coche iba a salir nadando, pero todo se quedó en el susto. Eso sí, a los camiones se les da un ardite que caigan chuzos de punta, te adelantan salpicando cataratas de agua que, mira tú por donde, va a parar a tu parabrisas, cegando tu visión del mundo que te rodea. Bueno, pero la tempestad se calmó y, al fin, en la hora bruja del crepúsculo (eso es estilo, ¿a que sí?) vislumbré a mi derecha la silueta mágica del Mont Ventoux, como un fantasma en el cielo de Provenza (estás desatado, Sorokin). Me paré y le hice una foto, que os he puesto en la cobertura.

Y por fin, tras casi 800 Km, Aviñón. Ya os he hablado de mis viajes a la ciudad de los papas en los tiempos en los que curraba por ahí (podéis pinchar aquí, gurriatillos). Así es que fué para mi un reencuentro. No muy efusivo, porque estaba hecho polvo, así que cené cualquier cosa en el hotel y a dormir.

Por la mañana del día siguiente, me metí un desayunillo en el hotel:





Y me lancé a la carretera para ir a Lirac e intentar visitar las bodegas de la zona:




Ya os he contado que el Lirac es uno de mis vinos preferidos del Ródano. Pues ahí tenéis a Sorokin por la carretera D26, calmadamente, relajado, extasiado ante la vista de los viñedos de Lirac enmarcados por el Mont Ventoux:


Impresionantes viñas, nudosas, viejas, que se resisten a morir y que cada primavera hacen brotar hojas verdes. Precioso:





Y en esas cavilaciones andaba yo, cuando me percaté que se aproximaba el medio día de forma inexorable. Podéis ver en la torre de la iglesia de Lirac que eran las doce menos diez. ¡Rayos! se me había olvidado que Francia, sobre todo la Francia rural, se paraliza a mediodía para dar satisfacción a sus estómagos. Naturalmente, Lirac estaba vacío. Ni un alma:


Os había hablado en otro post de uno de mis Lirac preferidos: Le Moulin des Chênes. Bueno, pues este es el aspecto que ofrecía la bodega que ostentaba tal nombre:


Ni un gato, ni un perro, ni una persona (humana o no), nada, el vacío. Desesperado, por fin, en la plaza, un amable restaurador que estaba esperando que alguien cayera en su restaurante me orientó hacia la única bodega que podía estar abierta. Me lancé como un rayo. Estaban a punto de cerrar tres bellas mozas recogiendo lo que había por medio. Se apiadaron de mi persona y me hicieron probar (poco, que tenía que conducir) unas botellas que, según ellas, eran las mejores. Cierto. El Lirac St Valentin me pareció excelente. La atractiva joven me dijo: cuesta 7,60 euros. Un servidor, entre los nervios del momento y el resplandor que salía de tan guapa mujer, preguntó de forma idiota: -"¿y si compro seis botellas?" Con sardónica sonrisa, le respuesta -lógica- fue: -"fácil, 7,60 multiplicado por seis". Me encantan las mujeres inteligentes.


Aquí os pongo la foto del St Valentin, una vez que lo llevé a mi casa de Bruselas. Como podéis ver, el capitán Haddock y Dupont están tan sorprendidos que no saben como meterle mano (o boca, vaya)


Vuestro amado bloguero siguió por las carreteras departamentales hasta llegar a Roquemaure:



La verdad es que mientras que yo admiraba el castillo a unos cincuenta kilómetros por hora, un badulaque decidió adelantarme con aspavientos y alboroto. Casi se la pega, porque venía otro coche de frente. Oye, yo seguí, que la cosa no iba conmigo. Además, luego te tienes que poner a recoger huesos y eso (es broma, no pasó nada).

Lo bueno es que un poco más lejos, en St Laurent-des-Arbres descubrí una nueva bodega abierta. De la puritita sorpresa, ni foto le hice. Menos mal que Google viene en mi auxilio con esta foto a vista de dron:



El paisano de la bodega, con todo y boina, como debe ser, me dió a probar dos Liracs (insisto, que solo los olía). Me quedé con éste, que según el hombre es mezcla de Garnacha y Morvèdre:


Fascinante. Buenísimo, de verdad. Ahora, todos están en mi bodega esperando el momento de ser absorbidos por mis sistemas digestivos.

En resumen, que lo pasé bien, que descubrí un par de vinos interesantes y que tengo que volver con más tiempo.

Pero no voy a irme sin mencionar lo que fué la decepción del viaje: Châteauneuf-du-Pape. No había ni una bodega abierta. Ni siquiera había una "cave des vignerons", solo, como me dijo la camarera del café donde me bebí un miserable expreso, "des caveaux". Y todos cerrados. Y el pueblo leno de turistas ingleses intentando lo mismo que yo: comprar vino. Bueno, otra vez será




Y nada, amigotes, desde aquí seguí a Borgoña, pero eso será objeto de un próximo rollo patatero sorokinesco

Besotes