vendredi 6 septembre 2013

Viaje a las Cinco Villas y el prepirineo aragonés


Ya os estoy imaginando a todos, mis queridos amigos, seriamente inquietos por la suerte de vuestro bloguero favorito –“¿Qué habrá sido de Sorokin? Dijo que se iba por dos semanas después de dejarnos el churro de la villa Empain y… no sabemos nada de él, etc, etc”

Pues bien, aquí estoy para daros de nuevo la pepla y contaros mis andanzas por tierras aragonesas, porque ahí es por donde andaba. Nada exótico, ni Tailandia ni Viet Nam, ni el cabo Norte. No: El prepirineo aragonés: la comarca de las Cinco Villas. Tierra magnífica, llena de sorpresas para el viajero y fuera de todos los circuitos turísticos en boga: historia, paisajes, monumentos, gente encantadora, pero… vi exactamente cinco turistas en todo el tiempo (cuando digo turistas, me refiero a gente no aragonesa, porque sí hay un turismo interno, de Zaragoza o de Huesca).

Salimos de Moralzarzal, según se ha hecho ya costumbre en estos periplos por los rincones menos conocidos de la geografía española. Esta vez, además, la gata Mora no me incordió como cuando fuimos al valle del Jerte, me debe estar pillando cierto afecto.


La meta del viaje era el pueblo de Uncastillo, al norte de la provincia de Zaragoza. Esa iba a ser nuestra base para las expediciones de los días que siguieron. Un pueblo que no tiene nada que envidiar a otros más conocidos y más visitados (y no voy a nombrar ninguno, que luego se me ofende el personal). Habíamos reservado un apartamento en una casa de turismo rural: CasaLaiglesia, que os recomiendo encarecidamente si por un casual se os antoja sumar vuestras personas, en algún momento, a los cuatro o cinco visitantes que andan por el pueblo.





La casa, perfecta, limpia y moderna. Sólo hubo un pequeño problema la noche que llegamos. De pronto, un brutal estruendo, como el de un martillo pilón, un helicóptero averiado o un dragón con carraspera sacudió la casa a eso de la una de la mañana. Yo pensé en algún tractor enorme como los que habíamos visto por la calle:





Pero no, era la nevera. Nevera que desconectamos y santas pascuas. La dueña nos dijo al día siguiente que era totalmente nueva y que era la primera vez que la enchufaba. En los días siguientes, efectivamente se le fue la carraspera.

En otra aventura un tanto chusca, al día siguiente, suena el telefonillo a eso de las diez de la mañana:

-Rrrring rrrring (telefonillo)
- (yo contesto) Sí, diga
- (telefonillo) ¡Señoraaaa! ¡que me voy a Carcajillo y no puedo esperar más!
- (yo, poniendo mi mejor voz de barítono) Perdone, pero yo no soy la señora, pruebe a llamar a la dueña de los apartamentos (vivía en el mismo edificio)
- (telefonillo) Ya, señora, pero he llamado a todos los pisos y usted es la única que contesta y yo me tengo que ir a Carcajillo.

Imposible seguir, así que ahí quedó la cosa, con mi virilidad un poco tocada, pero, en fin, lo de Carcajillo me intrigó, así que nos pusimos a buscarlo en el mapa. No lo encontramos, así que supusimos que el buen hombre se refería a Carcastillo, que ese sí existe:





Vale, pero vete al grano, Sorokin, cuenta algo que no sean tonterías: Si vais por la región, os recomiendo visitar en primer lugar Sos del Rey Católico. Sos, es un pueblo impresionante, agazapado en lo alto de un cerro, sin una nota discordante entre sus casas de piedra, sus palacios y sus iglesias. Ni una horterada moderna: incluso el Parador de turismo ocupa un antiguo palacio. El pueblo fue frontera entre Aragón y Navarra durante casi cinco siglos. En el año 1452, en plena guerra de Navarra, la reina Juana Enríquez se desplazó a la entonces llamada "Sos" a secas, donde dio a luz a Fernando el Católico. Por ello, y haciendo uso de una imaginación privilegiada, se añadió lo “del Rey Católico” al nombre.





Interesantes visitas son el palacio de los Sada, donde nació Fernando y la iglesia de San Esteban. Y digo interesantes, porque un servidor las vio por fuera. A las tres de la tarde y a 38ºC, ambas estaban cerradas. Pero bueno, un paseo por sus calles empinadas (y empedradas) ya de por sí vale la pena.





Y si tenéis hambre, el Parador tiene un buen servicio de platos combinados. Como muestra, aquí está este, de recia raigambre hispánica. Muy adecuado para los 38º que caían en el exterior:






Otra visita absolutamente imprescindible, son los Mallos de Riglos. Realmente no están en Cinco Villas, están en Huesca, pero están muy cerquita, no debéis perdéroslos bajo ningún concepto. Supongo que todos vosotros habréis visto fotos de los Mallos. Incluso había un cromo que salía en las chocolatinas, pero no te imaginas lo enormes que son. Uno piensa que son piédrolas y tal. Pero, fijaos (si queréis, vaya) en la iglesia que aparece en la foto y os daréis cuenta de la escala. Casi mil metros de altura:





Y poblados por buitres, que revolotean en círculos. Con el teleobjetivo saqué una foto de las buitreras, que son los nidos de tan simpáticas bestezuelas:





Y como no quiero que caigáis en el mismo error que caímos nosotros, os voy a hacer una confidencia: Si queréis volver a Uncastillo siguiendo la carretera A-132 que va a Bailo y luego el Tom-Tom os cuenta que lo más corto es tomar la A-2603, pues nada, podéis hacerlo, pero ¡ojito, ojito!. Lo de llamarle a eso una carretera es realmente una exageración casi como las del Barón de Munchausen.


Eso que parece en esta foto el lecho de un río, es la A-2603. Casi doce kilómetros saltando como malditos. Eso sí, rodeados por un paisaje maravilloso, sierras, arbustos, árboles. En fin, el que avisa no es traidor.



Otra excursión ineludible es ir al embalse de Yesa. Embalse construido en los años cincuenta, y -según reza una placa en Ruesta-, por prisioneros políticos.






Enmarcado por la sierra de Leyre aparece como un fantasma el pueblo abandonado de Escó:



También Ruesta, al otro lado del embalse está abandonado, aunque ahora hay un grupo tratando de recuperarlo:








En cualquier caso, todo este recorrido por las sierras de la región, es impresionante. A veces te sientes como si fueras el único habitante del mundo, vamos, salvo mi grupo, claro.  Incluso vimos un águila culebrera subida a un poste de la luz, como único ser vivo en una de las sierras que atravesamos.





El sur de la comarca es otro estilo, bastante diferente, lo que no quiere decir que sea feo: es más seco, más agrícola que serrano, pero de vez en cuando con algunas cosas un poco sorprendentes, como los aguarales de Valdelimaz:




No os engañéis, que aquí la escala es diferente. La altura de esos mogotes, que son restos de una especie de estalagmitas una vez que el techo de una cueva calcárea se hundió, no es mayor de dos metros. Nada que ver con los mallos, pero es interesante. Y de nuevo… nadie, nadie a la vista.


Erla, un castillo a la puesta del sol y el castillo de Sora, que he puesto como foto de cobertura, muestran una vez más, que en la zona, se batió el acero hace siglos. Primero contra los musulmanes, luego entre Navarra y Aragón y después, entre Aragón y Castilla. Es que esto de hacer la guerra no tiene solución, a pesar de que hemos dicho millones de veces que íbamos a acabar con todas las guerras.




Pero bueno, henos aquí de nuevo en Uncastillo y hay que cenar. ¿Dónde? Hacedle caso a Sorokin. Probamos tres sitios, aparte de hacernos las judías verdes en el apartamento. De entre todos ellos, el mejor fue, sin duda, el restaurante Un-Castello. Son agradables, cocinan bien y tiene un menú a once euros que incluye primer plato, segundo plato, postre y bebida. Un servidor, de primero se marcó una sopa de espárragos fría y de segundo una brandada de bacalao. Pero el plato estrella fue un magnífico bacalao a la vizcaína que he aquí:





Y bien, mis queridos amigotes. Creo que me he extendido más allá de lo que un cuerpo sano puede aguantar de un solo tirón. Pero no me voy a ir sin dejaros un video que ha hecho Sorokin, en colaboración con su amigo Lopezia. Veremos si YouTube me lo pasa. Por de pronto, ya me ha dicho que está bloqueado en Alemania por la canción de Priscilla Ann que he puesto como sonido.





Besotes