samedi 19 janvier 2013

Los pilares de la tierra, la abadía de Grimbergen y unas ostras rockefeller


La semana pasada, queridos y asiduos lectores, a los que os supongo tan aburridos como yo, porque si no, ¡voto a bríos! ¿qué diablos hacéis aquí leyendo las tonterías que cuenta un servidor en vez de estar en el cine, en el teatro, en la playa o tomando gaseosas en el bar del barrio?, digo, que la semana pasada el Canal+ belga nos obsequió con el último capítulo de la temporada segunda de "los pilares de la tierra". Como ya me he informado (uno es que no para) que en España tambien se acaba de terminar la serie, no voy a tener vergüenza ni cortapisa ninguna en decir lo que me apetezca al respecto. Y lo digo resumiendo: me pareció un bodrio. Me gustó bastante la primera temporada. No he leido la novela de Ken Follet (ni la pienso leer, que es muy gorda y tengo muchas cosas en la lista de lecturas pendientes), pero por lo que dicen, la adaptación de la primera temporada fue bastante fiel a la novela. No me consta si fue fiel o no, no indago en la vida privada de las series ni de la gente, pero me pareció interesante a la par que bien dirigida, bien ambientada y con algunos monstruos de actores, como Donald Sutherland. Además, la alta edad media siempre me ha fascinado. Me impresiona que gentes que vivían pobremente en su mayoría, fueran capaces de sufragar esas impresionantes catedrales románicas y góticas que nos siguen dejando pasmados. Vamos, que la serie me gustó:




La segunda temporada, en cambio, me ha parecido lamentable. Tambien está basada en una novela de Ken Follet: "un mundo sin fin" y tambien la ha producido la empresa de Riddley Scott (lo siento, Riddley), pero casi casi producen risa algunas de las situaciones y, ya, el último capítulo es para cortarse las venas. En fin, no digo más. Pero animado por estas historias de catedrales, priores, duques y otra gente de esa categoría, el sábado pasado me decidí a dar una vuelta por la abadía de Grimbergen, en la periferia de Bruselas:




Fue el último fin de semana en el que no nevaba, porque después nos han caido mas copos encima que todos los paquetes de Kellogs del mundo puedan contener. La historia de la abadía es tambien bastante truculenta. En el siglo XII, el señor de Grimbergen se atrevió a desafiar al duque de Brabante (se supone que en un ratito en el que no estaba cocinando faisán a la brabanzona) y construyó una abadía en su pueblo. El duque se enfadó y la incendió, lo cual, ¡Oh amiguetes!, está feísimo. Pero en fin, así estuvieron dale que te pego hasta que los españoles ocuparon Flandes y, parece ser, que favorecieron un periodo de tranquilidad en la zona. Ni entro ni salgo, eso dice la historia. Pero ¡ay! con las revueltas del siglo XVII, los iconoclastas volvieron a destruir la abadía. En resumen, que la abadía actual data del siglo XVIII, construida entre 1720 y 1780. Es de un barroco explosivo, como se puede ver:




El púlpito, las imágenes de madera, el coro son de un barroco manierista tremendo. Mirad, oh queridos lectores, como se retuercen los santos, como si hubieran sido asaltados por un enjambre de avispas:





En cualquier caso, el conjunto, es muy interesante. Os lo recomiendo. Pero más todavía: Grimbergen, como toda abadía que se precie en Bélgica, produce una cervezota de gran calidad. El día que fuí, con todo y el frío que hacía, no puede evitar ir a comprar varias resmas de cerveza. Fue más fuerte que yo:



Si os apetece ir, ya sea en vacaciones, ya, si andáis por aquí haciendo el canelo como un servidor, lo que tenéis que hacer es, en saliendo de la abadía, tomar la calle de la derecha. Veréis (sorprendente para ser en Bélgica) unos sanitarios... ¡gratis!, pero si no sentís ninguna presión en vuestros riñones, debéis continuar. Un poco más lejos, a la izquierda, está la tienda:




Y ya, con vuestras botellas, podéis volver a casa. A menos que queráis ir al restaurante de la abadía, del cual no os puedo decir ni mú, porque no he ido nunca. Pero en fin, venga, a la aventura. Y ya me contaréis. Vale, amigotes. Y para terminar tan provechosos sábado, me hice unas ostritas rockefeller. Bueno, son rockefeller porque yo he decidido que lo son, porque lo único que he conservado de todas las recetas que he leído es lo de añadirle espinacas. Hay quien pica la ostra (horrible sacrilegio, cielos, la tratan como un vulgar mejillón) y hay quien añade besamel, pan rallado, ectétera. Yo las hice a mi aire: Cociné y machaqué espinacas (alahuí alahuí alahuaca, las espinacas se machacan)




Las rehogué con cebolla picada, mantequilla y hierbas del maquis que guardo desde que estuve en Córcega:




Abrí las ostras (lógico, sin abrir son muy pesadas para el estómago) y puse en cada una unas pocas espinacas:




Añadí queso rallado:




Las metí al grill del horno un ratito, y esto es lo que quedó:




Bueno, a lo mejor os parece una simpleza, Oh queridas gentes, pero a mi me parecieron magníficas. En fin, os voy a dejar en compañía del invierno que nos ha asaltado esta semana, como puede verse en este video:




Besotes a todos

samedi 5 janvier 2013

A la mesa con los grandes escritores rusos: Kulebiaka de salmón


Estoy, mis queridos amigos, peleándome con Blogger a ver si consigo mandaros una nueva entrada para relataros algún nuevo suceso o acontecimiento que venga a despejar un poco la espesa nube de aburrimiento gris que se cierne sobre la maravillosa ciudad de Bruselas. Y no sólo es aburrida la nube porque si no, no merecería figurar en este diario, donde solo aburridos sucesos tienen lugar, sino porque está lloviendo sin parar desde hace una semana. Nos está saliendo musgo hasta en las uñas de los dedos gordos de los pies. Pero bien, parece que Blogger se apiada de vuestro bloguero predilecto y me está dejando cargar las fotos. Alabado sea Blogger.

 Como sabéis (y si no lo sabéis os lo cuento), soy un gran aficionado a la buena literatura (y no se me pega nada, voto al chápiro) y a la buena cocina (que tambien se me atranca frecuentemente, ea, qué le vamos a hacer). Así es que no es de extrañar que cuando ví este bonito libro en la librería de la esquina, me lanzara veloz como el céfiro a comprarlo:



El libro tiene trescientas páginas y 144 recetas de cocina. Están ordenadas por escitor. Empieza con Gogol y sigue con Gontcharov, Dostoievsky y así hasta doce escritores. El orden puede parecer un poco arbitrario, pero ¡ah!, Sorokin que de vez en cuanto tiene atisbos de lucidez, ha colegido que están en orden alfabético cirílico. La "G" rusa viene antes de la "D" en el alfabeto cirílico. A ver, de algo le tiene que valer a uno los someros conocimientos de la lengua de estas buenas gentes.
Para cada escritor, el libro da una breve semblanza, un pasaje de alguna de sus obras donde aparece la comida y ¡las recetas! que a eso vamos.

Un servidor de todos ustedes vosotros se ha pegado bastantes viajes de trabajo por Rusia, Ucrania, Armenia, Kazakstán, etc... así es que, algo he participado en diversos eventos alimenticios por la región (aparte de helarme de frío en invierno y pegarme buenos resbalones en el hielo). Como es natural, de vez en cuando, nuestros amables huéspedes nos invitaban a comer, a cenar o incluso a merendar. Un buen ágape ruso empieza por una mesa a reventar de viandas diversas, así es que cuidado, novatos, no os hinchéis a la primera, porque luego viene la comida de verdad. Como un ilustrativo ejemplo, os pongo una foto de una comilona en el Hotel President de Moscú. Si os fijáis bien, ¡oh amigos!, la mesa está repleta y si os fijáis todavía más, podéis ver unos tarritos con bolitas rojas y negras: ¡a esos es a los que hay que lanzarse! despreciad salchichones, pepinillos y otras zarandajas.



Naturalmente, era una invitación de un organismo oficial ruso, se nota que hay pasta. En Armenia, la disposición de la mesa viene a ser parecida, pero ¡ay! faltan las bolitas rojas y negras:




La costumbre de llenar las mesas antes de empezar a comer, no os creáis, queridos amigotes que solo se da en las invitaciones en los grandes hoteles y restaurantes. Tambien en pleno campo se aplica el mismo procedimiento. La foto que sigue está tomada en un campamento que tiene la Academia de Ciencias Rusa en el norte de Ucrania:




Aunque la cocina, como puede verse no puede ser más sencilla. Aquí está el chef cocinando una "Ukha" (sopa de pescado de río):




Pero... ¡vale ya Sorokin, que te enrollas como las persianas! Cuenta de una vez tu experiencia culinaria siguiendo el libro de los grandes escritores rusos. Pues bien, amigos, me decidí a hacer una Kulebiaka de salmón, receta publicada en el capítulo dedicado a "Las almas muertas" de Gogol. Naturalmente, un componente esencial es el salmón. En el libro, ponen un salmón entero, vuestro bloguero, que es más modesto, se conformó con una tajada de unos 300 gramos:




El salmón se pone a cocer en una cacerola con mitad/mitad de vino blanco y agua, sal y pimienta. A fuego lentísimo. En francés eso se llama agua "fremissante", juro por Tutatis, que no sé como se dice en castellano. Vamos, que no tiene que burbujear el líquido:




Mientras, se cuecen unas espinacas. Bueno, la receta no dice más que que se ponen espinacas, no dice que haya que cocerlas, pero yo, tomé la libre decisión de cocerlas (eso es lo que se llama en términos hermenéuticos "libre albedrío")




Una vez cocido el salmón, en el jugo que ha quedado en la cacerola, se cuece arroz. Yo usé arroz rápido, que no está uno para florituras, qué rayos:




Una vez cocido el arroz, se le añade crema agria ("smetana"), una yema de huevo y el zumo de medio limón. Bueno, la verdad es que la crema que yo le puse era "light", con lo que ¡oh tragedia! quedó un poco líquido todo el conjunto del arroz, que se supone que es "pilaf":




Y ahora, viene la parte más importante: preparar el molde con la pasta. El libro da una receta para hacer la pasta, pero yo, opté por una pasta preparada de Herta. Es que para empezar no va uno a competir con Gogol. La puse en un molde, conservando el papel de horno en el que viene envuelta:




Debo hacer notar, amados lectores, que la cervezota que aparece en la foto no es parte de la receta, pero ayuda mucho a pasar el tiempo. Bien, pues una vez preparado el molde con la pasta, se van poniendo en capas sucesivas arroz, salmón desmigado, espinacas, unas rodajas de huevo duro:




Y se completa con una nueva capa hasta que se os acaben las existencias. Si habéis medido bien, os va a dar justito, justito:




Se cierra la pasta y se le hace un agujerito en la cúspide para que respire. Ya sé, ya sé, la forma no me queda muy linda, pero es que soy nulo para hacer paquetes, envoltorios de regalos y esas cosas. Es que en mi tiempo no había manualidades en la escuela:




Se unta con yema de huevo (el verbo francés para decir eso es precioso: "badigeonner") y se mete al horno. Yo la tuve como cincuenta minutos a unos 200º, al cabo de los cuales, apareció esta preciosidad:




Venga, decid que sí, que es bonita. Se le hace una salsita con lo que queda de caldo de cocer salmón y arroz, añadiendo crema y jugo de limón (bueno, como mi crema era muy líquida -qué bochorno- la espesé con un poco con maizena). No se lo digáis a nadie, porfi.



Y bueno, decir para terminar que estaba francamente buena.
PD: He visto que tienen el libro en Amazon.com, en caso que os animéis a pedirlo.
Besotes, amigachos. Feliz año nuevo a todos