vendredi 29 avril 2011

El estuario del Escalda


Voy a hacer una breve pausa, queridos amigos, contertulios, blogueros del alma y otros elementos que sufrís impávidamente todas las tontunas que se me ocurren -casi siempre a altas horas de la noche- en mis historietas chinas para contaros donde ha ido vuestro bloguero predilecto a pasar las fiestas de Pascua (aquí, lo de la Semana Santa, ni cuenta. Lo suyo es la Pascua). Sobre todo, os lo cuento para que no incurráis en las mismas patochadas que un servidor si vais por ahí, pero tambien para contaros sus encantos, que los hay.

Mis cansados, aburridos y amarillentos huesos fueron a parar a Vlissingen, en la desembocadura del Escalda, en Holanda. El Escalda nace en Francia, atraviesa Bélgica y pasa por el puerto de Amberes antes de desembocar en Holanda. Chocante, ¿eh?, el segundo puerto de Europa, Amberes, no podría funcionar sin el permiso de los holandeses que controlan las dos orillas del estuario. Hombre, ahora no es problema, que todos somos amiguetes (de hecho, la frontera no existe, te enteras que pasas de país porque los letreros de la carretera son diferentes), pero en 1830, tras la guerra entre Holanda y Bélgica, la cosa tenía su importancia.



En cualquier caso, el Escalda es como una "barcopista". El tráfico de barcos es constante:


Y Vlissingen es un sitio privilegiado para ver barcos de todos tipos y modelos mientras desayunas o te tomas una cervezota en la terraza de tu apartamento. A mí, me mola mazo, debo ser un marino frustrado, un manchego que se crió en Santander viendo con envidia los barcos en la bahía. En fin, que me gusta Vlissingen. Despertarme a una hora razonable (o sea como las diez de la mañana) y desayunar en la terraza mientras pasan los barquichuelos:




En caso de que la cosa os interese, el nombre de los apartamentos es "De Gulden Stroom" y están en el Bulevar Bankert, al laíto mesmo de la playa. Lo reservé por Internet y -pásmense, mis amigotes- lo hice en holandés, una lengua que no conozco pero naaaada, naaada bien. Total, que me encontré con un montón de trapos de cocina, pero sin toallas para el baño. Gajes del oficio.

En estos dias de fiesta, nos hizo un tiempo absolutamente "glorious", cosa nada natural por estas latitudes (Y ya sé que en España os habéis pelado de frío, ji ji).




El bulevar está lleno de chiringuitos típicamente holandeses, como este:





La costa está llena de dunas, batidas por el viento, pero en estos días, ni viento nos hizo:




En el interior, umbríos bosquecillos, donde tienes que ir saltando para esquivar las bicicletas que se meten por todas partes. Los bosques guardan alguna sorpresa, como este búnker, residuo de tiempos más agitados. Hoy en día sólo parece servir como aliviadero de urgentes necesidades orgánicas, como indica el olorcillo que emana de él:



Pero en fin, amiguetes, vamos a lo que vamos, a los importantes consejos que os tengo que dar caso de que os animéis a ir por Vlissingen. En primer lugar, fijáos bien en el sexo de los aparcamientos donde dejéis el coche. Yes. Me explico. Hay aparcamientos Mo-Za y hay aparcamientos Mo-Zo. Sorokin, que es capaz de todo, menos de admitir que no sabe algo, interpretó -correctamente- que Mo-Za quiere decir "Montag-Zaterdag" en la bárbara lengua de los frisios, o sea Lunes-Sábado (de pago) y que Mo-Zo, "Montag-Zontag" es que se paga de Lunes a Domingo, o sea toda la pinche semana. Pues bien, rayos y centellas, me equivoqué en el sexo del aparcamiento. Dejé el coche en un Mo-Zo, creyendo que era un Mo-Za. Resultado:





Como veis, me podría costar 54 € si tuviera intención de pagarlo. No digo más, que luego tó se sabe.

Otro asunto importante para la vida del ciudadano normal: las horas de cierre de los restaurantes. Durante dos días, cocinamos en el apartamento, incluídos unos jugosos salmonetes que atestiguan que el pobre animal, digase lo que se diga, no es exclusivo de las costas mediterráneas:





Pero, en fin, el último día, limpiando el apartamento y tal, dijimos: tate, ¿por qué no vamos a cenar al restaurante?. Eran las 20h30. Pues vale. Nos acicalamos y nos echamos a la calle. Hago un relato temporal escueto:

21h02. Restaurante Solskin, incluído en la Guía Michelin 2011:




Oh, lo sentimos, la cocina está cerrada (Rayos, piensa uno)

21h04. Restaurante Waterfront, del hotel Truida. Incluido en la guía Michelin 2010:




No, no, sorry, la cocina está cerrada. Un amable camarero con pinta indonesia nos dice: pero podemos servirles un pastel con un café (no digo por pudor lo que pensé sobre donde podía meterse el pastel)

21h10. Restaurante Visserhaven, con fama de ser de los que cierran tarde, en pleno centro:



Uhhhh, noooo. No nos queda nada, lo hemos vendido todo. Casi le muerdo la mano al elemento en cuestión.

Bien, queridos amiguetes, no sufráis: a las 21h20, nos acogieron con un montón de sonrisas en el restaurante chino de la plaza y nos dieron de cenar. Y todavía hay gente que se pregunta por qué los chinos van a ser los próximos amos del mundo.

Bueno, pues ya lo sabéis casi todo. Un abrazote

vendredi 15 avril 2011

La gran muralla china y el restaurante del lago



Aprovechando, queridos amigos, que hoy no hay partido de fútbol y que el último libro que estaba leyendo me ha resultado de un soporífero indescriptible, he decidido daros unos interesantes y útiles consejos sobre cómo proceder para ir a visitar la gran muralla de China. En primer lugar, hay que ir a China (bueno, eso ya lo suponíais). Una vez en China, hay que tener un día libre, como nos sucedió a nosotros. Afortunadamente, nuestros interlocutores chinos no cumplieron su amenaza de trabajar en sábado y domingo, así es que, pies para que os quiero, decidimos ir a visitar la muralla. Fue el sábado. Había muchas excursiones organizadas desde el hotel, pero nosotros, un grupo (siete) poco dado a ir detrás de una señora o señor con una banderola gritando "¡a mí mis borregos!", decidimos obrar por nuestra cuenta y contratar los servicios de un minibús y de un guía que hablaba nuestra lengua (inglés, carallo, que todo hay que decirlo).

Tras analizar todas las opciones posibles, decidimos ir a la sección "Mutianju", mucho menos visitada que la de Badaling (a no confundir con Bada Bing, que es el cabaret de Tony Soprano). Mutianju está más lejos que Badaling, pero vale la pena. Por lo menos, las multitudes son menos gruesas que en el otro sitio. Como podéis ver en el mapa, la ciudad que está mas cerca es Huairou (por cierto, en el mapa llaman a Mutianju "Wutian'gu", pero con el lío que se traen los chinos con los nombres, que si Pekin, que si Bei Jing, etc, no me extraña). Está a unos 70 Km de Pekín.









Como podéis ver en la foto que sigue, el aparcamiento de autobuses está muy bien cuidado y muy limpito. De eso se encarga el menda de la limpieza:



Es una parte de la muralla que tiene zonas con fuertes pendientes. Si no queréis machacaros antes de llegar a la zona donde empieza la movida, podéis coger un funicular. Para subir no hay mucha cola. Para bajar, como todo el mundo está hambriento, la gente se atropella para pillar el vagón del funicular. De hecho, a nuestro colega Neal, una china le sacudió un buen soplamocos cuando él quiso impedir que se colara... estos British, siempre tan ordenacistas (el British es Neal, la china es china).



Una vez que estás arriba, lo suyo es seguir andando, dale que te pego, hasta varias torres más allá. Por lo menos, hasta que llegas a este punto, donde la pendiente ya se pone muy chunga:



La mitad del grupo, declaramos que ya estuvo suave y que nos quedábamos ahí, pero tres y el guía siguieron para arriba. Gran mérito el del guía, porque era la cuarta vez en la semana, según nos dijo, que se metía todos esos escalones en las piernas.

Naturalmente, al bajar, estábamos hambrientos como hienas. Nos subimos al minibús, y el guía nos dijo que había quedado con el "restaurante del lago" para ir a comer. Fantástico, se alegraron nuestros rugientes estómagos. El lago, es ese embalse que se ve en el mapa al lado de Huairou, así que atravesamos la ciudad, enfilamos hacia el lago, y... el chófer se para, se baja y empieza a preguntar. Se sube, sigue, llega a otro sitio, se vuelve a bajar, etc... así hasta tres veces. Bueno, luego nos explicó el guía que los restaurantes de la zona no tienen nombres concretos, o sea, que todos los que están al lado del lago, son "el restaurante del lago".

Pero, en fin, aparte del folclore este de los nombres, el restaurante estaba especializado en peces del lago. Aquí podéis ver al guía enseñándonos la víctima que nos íbamos a engullir. Justo es decir que para siete y el guía, no era muy grande, pero aparte estaban las ensaladas, el tofu, las cervezotas, etc.





El pez lo cocinan simplemente a la brasa, como se ve:




Y una vez cocinado queda así:



Acto seguido, agarras tus palillos y empiezas a arrancarle pedazos al pobre bicho que estaba delicioso. Bueno, insisto, no es que nos quedáramos con hambre, pero nos hubiéramos comido una docena. Lo bueno es que así nos quedó un hueco grande para la cena.

Pero de la cena, ya de vuelta en Pekín, os hablaré otro día.

Besotes

samedi 2 avril 2011

Un paseo por Pekín



Ya estoy de vuelta de China, queridos amigos, colegas y demás familia. Mi maleta ha tardado casi veinticuatro horas mas que yo, pero en fin, nunca es tarde si la dicha llega. Además, los malditos aviones no sé qué pinche manía tienen de poner el aire acondiconado a rabiar de puro gélido, así que aquí estoy, tosiendo como un poseso. Pero ello no me ha impedido ponerme al teclado de ganas que tenía de contaros cosas. Oye, si antes se decía "vacaciones sin Kodak son vacaciones perdidas", ahora diríamos, "viajes sin contarlos en el blog es como si no te hubieras movido de tu barrio, ea".

Y como viajando se aprende, que decían los clásicos, me he enterado que los chinos tienen un pelín de razón en llamarle "Beijing" a Pekín. Parece que son dos palabras, no una: Bei (que quiere decir "norte") y Jing (que significa "capital"). Pero yo, como buen manchegazo testarudo le seguiré llamando Pekín. Aparte de eso, he aprendido a pedir cerveza: "pii-lló, chin". Progreso, ¿eh?. La próxima vez, aprenderé mas cosas.

Pekín es una ciudad sorprendente, con enormes avenidas llenas de rascacielos ultramodernos al lado de los bloques de apartamentos de estilo, llamémosle "moscovita", como los que hay en todos los paises de la ex-URSS y, -todavía resistiéndose al embate inmobiliario- viejos barrios de casitas de un piso. Ya no quedan casi bicicletas, engullidas por los casi cinco millones de coches que circulan a su aire (las habrán machacado todas, porque conducen como furias del averno). Si alguno de vostros, amiguetes, estuvo en Pekín hace más de cinco años, mis contactos ultrasecretos me dicen que no la vais a conocer. El cambio ha sido fulgurante.

Pero en fin, a lo que vamos, a contaros un par de cositas menos serias. ¿Qué se come en Pekín? pues, aparte de los buenos restaurantes de los que ya os hablaré otro día, se comen bichos. Yessir, gusanos y escorpiones en pinchitos estilo moruno:










Aquí el colega del chiringuito, viendo mi mirada un tanto reprobatoria y un si es no es angustiada, me esgrimió el mazo de pinchitos de escorpión en plena cara. Y oiga, los escorpiones están vivos y meneando la colita. Supongo que antes de comérselos pasarán el pincho moruno por la brasa. Luego, todo será quitarles la uñita del rabito y, hale, para adentro. No me atreví. Lo confieso. Eso sí, comí gusanos de seda, pero de eso, hablaré otro día.

En el grupo expedicionario de europeos (éramos siete) la más destacada era Christina, que además de ser la única mujer, mide casi dos metros y es rubia. Para menda y los bajitos, era un punto de referencia importante, porque cuando te despistabas un poco, lo único que había que hacer es mirar hacia la multitud (en Pekín siempre hay multitudes para todo) y ver donde estaba la melena rubia que sobresalía por encima de todo quisqui. El asunto, es que el domingo en la plaza Tian-Anmen, llena de miles de chinos que habían bajado del pueblo para ver la capitá y hacer cola en la tumba de Mao, se organizó un revuelo, porque toda esa gente no había visto nunca una walkiria así y todos se querían hacer fotos con ella.

Bueno, en España tambien pasaba lo mismo hace mil años, cuando el Capitán Trueno se quedó fascinado por una vikinga llamada Sigrid.






Ya sé que os estaréis preguntando.. y ¿el maoísmo? ¿qué fue del maoísmo y la revolución cultural? Pues aquí está la respuesta: los guardias rojos han puesto un restaurante. Y no me preguntéis cómo se llama. Miradlo vosotros mismos en el letrero que hay a su entrada:







No se come mal, pero el ambiente es fantástico, con un estrado donde cantan los guardias rojos y tal.












Eso sí, son un poco plastas cuado quieres filmar. Pardiez, si a lo mejor lo que quieres es transmitir el mensaje del gran timonel al mundo mundial:




En fin, un besote. Otro día, mas.